La ministra alemana de Asuntos Exteriores, Annalena Baerbock, ha declarado recientemente que las sanciones económicas a Rusia no han funcionado: «Deberían tener un impacto económico. Pero no es así». Se supone que quería decir que debían haber tenido un impacto económico sobre Rusia porque, sobre Europa y Alemania en particular, sí que han funcionado. Las sanciones están provocando no sólo una recesión sino una auténtica crisis del modelo económico en que se ha basado la fortaleza productiva de Alemania durante décadas.
Según los últimos datos del Banco Mundial, Rusia adelantó en 2022 a Alemania en PIB medido por paridad en poder de compra. Algo habrá tenido que ver una cosa con la otra.
La ministra está descubriendo el café con leche porque, desde que las grandes potencias occidentales comenzaron a imponer sanciones a Rusia, fueron muchos los economistas que advirtieron que no sólo no tendrían un efecto decisivo sobre Rusia y, por tanto, sobre su agresión a Ucrania, sino que iban a hacer mucho daño a la economía europea. Yo mismo lo expliqué en un artículo de febrero de 2022: Ni la sanciones, ni el «botón nuclear» financiero detendrán a Putin.
Tengo esperanza. Tengo esperanza y quiero creer que algún día se pondrán en claro las razones que llevaron a los dirigentes europeos a someterse tan estúpidamente a los intereses de Estados Unidos y, sobre todo, a renunciar a la paz como cemento para construir el futuro, no sólo de nuestro continente sino de la humanidad. Su insistencia en que la guerra, el armarse cada vez más y la radicalización de los conflictos es el camino me avergüenza porque es un insulto a la inteligencia: ¿quién puede creer, de verdad, que se le puede ganar una guerra vital para sus intereses (por muy criminales que sean) a una potencia nuclear, sin provocar un holocausto? Y me llena de tristeza, por otro lado, porque siempre creí que Europa, por muy escorada que estuviera hacia los intereses del capital, como en las últimas décadas, sería siempre un bastión inexpugnable para construir un mundo mejor.
Lo que ha ocurrido con las sanciones a Rusia, tal y como ha reconocido la ministra alemana, su efecto demoledor sobre la economía europea, es quizá el ejemplo más evidente de la torpeza o de los intereses ocultos que mueven los hilos de la Unión Europa. Y de su cinismo, si se tiene en cuenta que actualmente los países de la UE compran a Rusia un 40% más de gas natural licuado que antes de la invasión de Ucrania y cinco veces más fertilizantes nitrogenados, o que los negocios entre los grandes capitales no han dejado de llevarse a cabo, directa o indirectamente.
Apostando por la guerra, la Unión Europea puso en marcha una especie de demolición controlada (por Estados Unidos) de sí misma. La paz no viene de los cielos, se construye en medio de los conflictos y Europa ha desaprovechado quizá el mejor momento que ha tenido a lo largo de su historia para hacerla posible.
La gran Europa en la que soñamos nunca existirá mientras sus dirigentes sean señores de la guerra en lugar de constructores de la paz.
Lo dicho. Algún día nos enteraremos de cómo y por qué se inmoló Europa y por qué esto se está permitiendo con tanto silencio cómplice.
Juan Torres es catedrático de Economía Aplicada en la Universidad de Sevilla
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