Dentro de los reconocimientos que hace la Ley de Memoria Democrática hay uno que ha pasado desapercibido porque importa a pocas personas y por lo modesto del mismo. Pero eso no le quita relevancia, al menos a nuestros ojos.
Disposición adicional undécima. Reconocimiento a las personas afectadas por el poliovirus durante la dictadura franquista.
«En reconocimiento del sufrimiento padecido por las personas que fueron afectadas por el poliovirus durante la pandemia que asoló a España a partir de los años cincuenta del siglo XX, el Gobierno promoverá investigaciones y estudios que esclarezcan la verdad de lo acaecido respecto de la expansión de la epidemia durante la dictadura franquista, así como las medidas de carácter sanitario y social en favor de las personas afectadas por la polio, efectos tardíos de la polio y post-polio, que posibiliten su calidad de vida, contando con la participación de las entidades representativas de los afectados sobrevivientes a la polio».
Porque las víctimas de la dictadura no fueron sólo víctimas políticas. Hubo víctimas de la pobreza, de una pobreza inducida políticamente; pero también víctimas de la desinformación, del desinterés, del aislamiento del régimen y de su nulo interés por el bienestar social y sanitario de la población. Más de 50 años después, en España, los miles de supervivientes de la polio sienten que con ese párrafo se reconoce, al menos en parte, su sufrimiento y la injusticia que ha supuesto que hayamos sido siempre los olvidados de todas las referencias a la herencia de la dictadura. Esta obró con negligencia criminal cuando se negó a tomar en consideración lo que otros países vecinos estaban haciendo para combatir la última gran epidemia de polio en Europa y en América. Aquí se negó la existencia de la epidemia, se vacunó únicamente a quienes pudieron costearse la vacuna y no se tuvo, con respecto a las vacunas el cuidado necesario, con lo que muchas se pusieron en mal estado. No se informó a las familias sobre cómo ponerlas tampoco.
La epidemia de polio transcurrió en España entre 1955 y 1964 y cientos de miles de niños y niñas quedaron con algún miembro del cuerpo paralizado. Existía vacuna desde 1954 y siempre se dijo que las primeras llegaron a España en 1963. Sin embargo, hoy se sabe que eso no es cierto. Que desde 1955 los niños y niñas de familias afectas al régimen ya estaban siendo vacunados (unos 200.000), mientras que se abandonaba al resto a su suerte. Pero esta circunstancia se ocultó impidiendo, además de lo obvio, que las personas afectadas tuvieran la información necesaria.
Y ahora, cuando los que contrajimos el virus en la infancia estamos cerca de la vejez, aquello se convierte en el síndrome postpolio, que supone -para muchas personas- volver a la silla de ruedas y al dolor. Y siempre hemos tenido la impresión de que no se hacía nada. Es un síndrome al que nadie presta atención, que pocos profesionales de la medicina conocen o saben cómo tratar. Los y las afectados, después de años infructuosos en los tribunales, pidiendo que, al menos, se investigue sobre el síndrome y que se nos reconozca como víctimas de la dictadura, hemos tenido esta modesta compensación que, para algunas personas, significa mucho.
Y no está de más aprovechar el momento para recordar que millones de afectados nos recuerdan que la poliomelitis fue erradicada gracias a la vacuna, que quienes hoy padecemos secuelas se debe a que no nos pudimos vacunar o a que la vacuna que recibimos no se nos administró correctamente. Hoy leo en ocasiones que los antivacunas se niegan a poner a sus hijxs la vacuna que es lo único que puede mantener esta enfermedad en el cajón de las enfermedades que han desaparecido. Las vacunas dan vida y no vacunarnos supuso padecer una grave discapacidad de por vida. En todo caso, que la Ley de Memoria Democrática nos reconozca, es una alegría.
Beatriz Gimeno es diputada per Unides Podem a l'Assemblea de Madrid.
* Crònica agradece a la autora que comparta sus opiniones con nuestros lectores, desde el nacimiento de Crònica
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