Pero la sola posibilidad de medir fuerzas con una potencia nuclear en territorio europeo debería hacer pensar a cualquier gobierno que no hay nada que ganar y sí mucho que perder. Acercar las fuerzas de la OTAN a Moscú puede dar más poder a EE.UU. pero es un riesgo inasumible para Europa.
La Guerra Fría cada vez está más lejos en el tiempo, pero, de vez en cuando, sus gélidas temperaturas vuelven como un recuerdo vivo que casi quema. Está pasando con la crisis de Ucrania. Nadie sabe qué ocurrirá si la OTAN mantiene su intención de acercarse a Moscú y los rusos hacen en el Donbass lo mismo que hicieron con Crimea, y ello produce vértigo. La ministra Robles ofreciendo a la patrulla Águila para meter miedo a los rusos desde Bulgaria es ya lo que nos faltaba. España, con su potencial estratégico en energías renovables y con un gaseoducto que nos comunica con Argelia, no es un país cualquiera en lo que se refiere a esta crisis. Por eso quizá no haya sido muy inteligente poner el foco mediático en los cazas y en una fragata que lleva el nombre, nada menos, que del mutilado guipuzcoano (no había batalla en la que no perdiera algún miembro) Blas de Lezo. Mal presagio.
Es evidente además que el furor pro-estadounidense de la parte socialista del Gobierno, en caso de conflicto armado, le crearía un problema al menos con UP, con ERC y con Bildu. A partir de ahí, tener que formar el partido español de la guerra con el PP y puede que con un Vox que por fin tiene la oportunidad de demostrar que son ultraderecha sí, pero antes pro-americanos que pro-rusos, no parece la jugada más inteligente. Un conflicto armado le puede venir bien a un Biden en horas bajas, pero pensar que la imagen de Sánchez y Robles pasando revista a las tropas camino de Bulgaria va a reforzar al Gobierno no demuestra mucho talento comunicativo.
En la geopolítica no hay buenos y malos por mucho que Robles diga que la OTAN nació para defender los derechos humanos, la paz, la democracia y hasta al colectivo LGTBI. En la geopolítica hay intereses estratégicos de Estados y de empresas más o menos vinculadas a Estados. Incluso durante la Guerra Fría, donde parecía que los bloques eran ideológicos, la realidad histórica nos muestra que la ideología no era el medidor más adecuado para entender las relaciones internacionales en eso que Hobsbawm llamó el breve siglo XX.
Por eso creo que conviene dejar la pasión política para las cosas domésticas de la provincia España y sus naciones, y hacer que la única emoción que domine nuestro pensamiento hacia Ucrania sea el horror ante la posibilidad, por remota que parezca, de una guerra en Europa. Defender la paz supone hoy decir claramente que la OTAN no existe para proteger los derechos humanos y la democracia, sino para defender los intereses de EE.UU.. Y todo el mundo sabe que esos intereses no siempre son los de Europa.
Defender la paz supone asumir que es lógico que Rusia no quiera bases estadounidenses cerca de sus fronteras. Eso no convierte a Rusia en una URSS promotora del antiimperialismo en el mundo, ni hace que Putin sea de izquierdas, como sueñan en su nostalgia masturbatoria diferentes tribus de roji-pardos. Rusia defiende su seguridad y sus áreas de influencia como todos pero no es el faro del proletariado.
Defender la paz supone entender que Europa, más allá de ideologías, necesita una política exterior propia que le garantice una vecindad razonable con Rusia. De ello depende la estabilidad económica y energética de la propia Unión. Nadie ha sabido explicar todavía qué ganamos los europeos con la ampliación de la OTAN hacia el este. Eso de que la Patrulla Águila va a defender la democracia y los derechos humanos en Ucrania no se lo cree nadie. Les aseguro que Robles tampoco. Esto va de intereses, de geopolítica, de energía, de economía y de si Europa (o al menos Alemania) pinta algo como actor internacional.
Qué harías tú en un ataque preventivo de la URSS, se preguntaban los Polanski y el ardor en los 80. Rusia hoy no es como la URSS en los 80. Al menos en teoría, tendría poco que hacer frente al potencial militar de la OTAN. Pero la sola posibilidad de medir fuerzas con una potencia nuclear en territorio europeo debería hacer pensar a cualquier gobierno que no hay nada que ganar y sí mucho que perder. Acercar las fuerzas de la OTAN a Moscú puede dar más poder a EE.UU. pero es un riesgo inasumible para Europa.
Ojalá haya alguien del PSOE que le diga a Sánchez que el error del chuletón o que diera por bueno el bulo contra Garzón son fallos nimios comparados con lo que representaría que España se comprometiera con entusiasmo en acciones militares contra Rusia.
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