Si echamos un vistazo a los libros de texto de ESO o Bachillerato utilizados en España en la asignatura de Lengua Castellana y Literatura de estos últimos veinte años, descubriremos la falta de información que hay sobre el judeoespañol.
Con suerte, solo encontraremos unas pocas líneas en los libros de Bachillerato dentro del tema dedicado a las lenguas de España y las variedades del español. Este vacío explica el desconocimiento general que existe entre la población española, ya que buena parte de ella no ha oído hablar nunca de algo tan hispánico como es el judeoespañol.
El ladino, como también se denomina, «es la lengua descendiente de aquella que hablaban los judíos expulsados de España en 1492, por no haber querido convertirse al cristianismo», según afirma uno de estos manuales de clase de hace algunos años. El texto daba unos pocos detalles más: «La lengua hablada por los judíos sefardíes, desvinculada del castellano peninsular durante siglos y empleada sólo en el círculo familiar, se mantuvo a través de las generaciones sin apenas cambios. Por ello, la característica fundamental del judeoespañol es su arcaísmo, ya que ni siquiera fue afectada por el reajuste fonológico del siglo XVI».
El judeoespañol y sus hablantes
La definición anterior deja abiertas muchas cuestiones que necesitan aclararse o completarse. Lo primero que hay que saber es que el judeoespañol no es una lengua derivada directamente del latín, sino que es producto de la propia evolución del español fuera de las fronteras de la Península. La segunda cuestión se refiere a que no solo es hablada, sino también escrita por la población sefardí.
Y ¿quiénes son los sefardíes? Son los descendientes de los judíos procedentes de España (o Sefarad) que fueron expulsados de los territorios de las coronas de Castilla y Aragón en 1492. Dichos sefardíes han seguido manteniendo la lengua española como seña de identidad, generación tras generación, a lo largo de toda su historia y hasta nuestros días.
Características del judeoespañol y sus variedades
Sin embargo, aunque pueda señalarse como característica del judeoespañol su arcaísmo, es un error entender que la lengua sefardí se ha mantenido prácticamente intacta después de más de cinco siglos. Todas las lenguas vivas están en continuo cambio.
Es cierto que el ladino conserva elementos del pasado; por ejemplo, antiguos vocablos o voces desusadas en el español general de hoy, como conducho (“suministros”), mancebo (“joven, muchacho”) o preto (“negro”). También es evidente la existencia de formas propias del español del siglo XV (ferida “herida”; vido “vio”, estó “estoy”). El judeoespañol suena al conocido comúnmente como castellano antiguo, pero no lo es.
El arcaísmo no es su única peculiaridad. Como sucede en todas las lenguas, el judeoespañol ha sufrido una evolución interna y externa, gracias en este último caso al contacto con otras lenguas extranjeras.
La relación con esos otros idiomas ha sido de diferente naturaleza. Por un lado, el judeoespañol entró en contacto con las lenguas propias de los países donde se establecieron los sefardíes tras la Expulsión (especialmente la cuenca del Mediterráneo y los Balcanes). Por otro, se ha visto influido culturalmente por diferentes lenguas modernas de prestigio (italiano, francés, inglés). Y, por último, ha recibido la influencia de la lengua de su patrimonio espiritual y religioso, el hebreo.
El judeoespañol no ha sido ni es homogéneo, sino todo lo contrario, ya que su principal rasgo característico es el polimorfismo (“que puede tener distintas o múltiples formas”). De hecho, no es raro encontrar variantes de un mismo fenómeno que alternan en un mismo texto.
Además, dentro de él se pueden señalar diferentes variedades dialectales, que se agrupan en dos grandes familias: la norteafricana (o haquitía) y la oriental, que puede a su vez subdividirse en tres grandes zonas. La primera, el área central, ocupa el sur de los Balcanes, Turquía y Egipto. En ella se sitúan los tres grandes centros culturales sefardíes: Estambul, Salónica y Esmirna. La segunda, el área periférica europea, ocupa la zona norte y oeste de los Balcanes.
Por último, el área periférica extraeuropea, correspondiente a Israel, constituye una nueva koiné (“lengua común que resulta de la unificación de ciertas variedades”) de elementos de las otras zonas.
La cronología
En la historia del judeoespañol se han podido señalar diferentes etapas. En primer lugar, tenemos un período de formación o preclásico (desde fines del siglo XV a finales del XVII); después se alcanza una fase de plenitud, la del judeoespañol castizo o clásico (siglo XVIII y mediados del siglo XIX), donde ya se puede considerar como la lengua propia (y de cultura) de los sefardíes; y, finalmente, encontramos el período de decadencia, el judeoespañol tardío o moderno (desde mediados del siglo XIX), en el que se dan las mayores influencias de otras lenguas modernas, sobre todo del francés.
El futuro del judeoespañol
Como se ha puesto de manifiesto, el judeoespañol no es único, sino diverso y múltiple. Hacia dónde se dirija su futuro es difícil saberlo, dependerá de sus hablantes y del interés que despierte en las nuevas generaciones. No se sabe con exactitud el número de personas que lo habla en la actualidad. En 2018, la web Ethnologue señaló que había 133 000 hablantes de ladino en todo el mundo (125 000 en Israel).
El Holocausto, la emigración y la existencia de unas redes sociales débiles, la influencia del propio español moderno y el desinterés de algunos sefardíes por el mantenimiento de su propia lengua, entre otras razones, contribuyeron al abandono progresivo del judeoespañol en el siglo XX.
Sin embargo, la revitalización que está viviendo en estos últimos tiempos, especialmente gracias a internet, así como la aparición de múltiples cursos, conferencias o talleres –que han proliferado sobre todo durante la pandemia del COVID-19– están haciendo que cada vez más personas se interesen por aprenderlo o recuperarlo. No puede afirmarse, por tanto, que el judeoespañol haya desaparecido y que hoy no sea una lengua viva en el mundo.
Elisabeth Fernández Martín no recibe salario, ni ejerce labores de consultoría, ni posee acciones, ni recibe financiación de ninguna compañía u organización que pueda obtener beneficio de este artículo, y ha declarado carecer de vínculos relevantes más allá del cargo académico citado.
Elisabeth Fernández Martín, Profesora e investigadora del Área de Lengua Española, Universidad de Almería * Pots llegir-ho per qué la font i Crònica som Creative Commons
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