Que la tecnología invade todas las esferas de nuestra actividad diaria es una cuestión que presenta poca discusión. Vamos acompañados a todas partes por un utensilio tecnológico, el móvil, que es mucho más que un teléfono. Es un elemento propio de nuestra era que nos comunica y relaciona con cualquier persona en cualquier escenario, nos proporciona la información que necesitamos y, también, condiciona nuestra manera de actuar.
La forma de pensar y de comunicarnos va modulándose respecto a las situaciones que cada uno experimenta, y la realidad tecnológica concentra un amplio abanico de condicionantes en nuestro día a día.
Obviamente, la tecnología facilita de forma extrema muchos procesos que conllevan un coste económico o temporal. La secuenciación de procesos, que es básicamente lo que realizan los algoritmos programados para ello, permite condensar en un corto espacio de tiempo operaciones y procesos para los que la inteligencia humana necesitaría un largo periodo.
Así, encontramos un claro avance social y de calidad de vida a la hora de realizar tareas repetitivas, monótonas o cálculos extensos que pueden derivarse a la tecnología con satisfactorios resultados.
Ahora bien, el problema de llevar al extremo esas facilidades es que se alcanza un nivel de entrega tecnológica que produce el efecto inverso: la tecnología no solo hace aquello que nos llevaría mucho esfuerzo, sino que también acaba realizando lo que simplemente nos ocasiona un mero desgaste, por mínimo que sea.
Sorteos UEFA: aplicación innecesaria del software
La Copa de Europa, nacida en la década de los 50 del siglo pasado, se ha caracterizado por ir enfrentando a los mejores equipos de Europa para resolver la controversia anual de quién es el mejor equipo del continente. Para ello, desde su primera edición se ha procedido a emparejar al azar a los equipos mediante sorteos.
Durante muchos años, el sorteo tenía un formato “puro”, es decir, se incluían todos los equipos en el bombo, los campeones de las respectivas ligas nacionales. Conforme salían los nombres de los equipos, se iban anotando las eliminatorias.
Con la evolución del torneo y cambio de nombre, ya UEFA Champions League a inicios de los años 90, se implantó un formato híbrido, con una fase de grupos inicial y una fase posterior de eliminatorias. Incluso, a principios del siglo XXI se optó por una doble fase de grupos que daba paso directamente a los cuartos de final.
También se amplió el número de equipos por país. Las ligas más potentes tienen varios representantes, que se determinan por el coeficiente de las actuaciones de los equipos nacionales en las competiciones internacionales. Así, en el caso español tenemos cuatro representantes anualmente, este año cinco por ser el Villarreal el vigente campeón de la segunda competición europea, la Europa League, cuya consecución da pasaporte directo para jugar la Champions League de la temporada siguiente.
Al introducirse esas dos variantes, cuando se sortea la eliminatoria de octavos de final se enfrenta a los ocho campeones de grupo con los ocho equipos que han quedado segundos. Solo hay que evitar que se enfrenten equipos del mismo país y los que sean procedentes del mismo grupo que ha dado acceso a la fase de eliminatorias. Dos elementos muy fáciles de entender y que todos los aficionados manejan.
Sea como fuere, y lo relevante en esta cuestión, es que siempre se ha procedido a sortear los enfrentamientos futbolísticos de la misma manera. Siempre es igual.
El sorteo fallido
El pasado lunes 13 de diciembre se celebró el sorteo de la fase de octavos de final, ya eliminatorias directas, de la UEFA Champions League, en Nyon, Suiza. Todos los aficionados al fútbol esperan este sorteo previo a la época navideña para conocer los partidos que al final del invierno supondrán la vuelta de la máxima competición de clubes del planeta. Pero la cita acabó en desastre, necesitando una polémica repetición del sorteo tres horas después.
Al seguir los dictados de la tecnología, se cometió un error grosero. El software de la UEFA indicaba los posibles rivales de cada uno de los equipos que salían en primer lugar, es decir, los segundos de los grupos de la primera fase. Recordemos que los únicos condicionantes eran no repetir nacionalidad ni equipo que hubiera coincidido en el grupo.
El primer equipo fue el Benfica. El programa informático determinó correctamente sus siete posibles rivales ya que no había otro equipo portugués que hubiera quedado primero de grupo. Se seleccionaron las bolas correctamente y su rival fue el Real Madrid.
La segunda extracción fue el Villarreal. Aunque los encargados de realizar el sorteo conocen sobradamente que el equipo que era primero de su grupo (el Manchester United) no podía ser su rival, siguiendo acríticamente las indicaciones tecnológicas lo incorporaron al bombo. Se dio la circunstancia de que fue la bola “agraciada”. Obviamente se percataron del error y sacaron otra bola, en este caso la del Manchester City.
Pero los errores persistieron. La siguiente extracción, el Atlético de Madrid, no tenía como potenciales rivales a los seleccionados en el bombo porque, de nuevo, el software de la UEFA conducía a error a los encargados del sorteo. Todo ello dio como resultado un desastre que llevó a la repetición de todo el sorteo.
La polémica que se ha generado es enorme, puesto que el Real Madrid tiene argumentos suficientes para considerarse perjudicado. La primera eliminatoria se seleccionó sin fallo informático, siendo el Benfica el rival del conjunto blanco. Repetir todo el sorteo implica reinterpretar el concepto azar, base de todo sorteo. Puesto que la primera confrontación era del todo correcta, deberían haberse repetido las actuaciones que se hubieran llevado a cabo por error, es decir, a partir del segundo emparejamiento.
La asimilación acrítica de los postulados tecnológicos
La conclusión es que estamos tan mediatizados por las tecnologías que podemos cometer errores groseros simplemente por considerar que la neutralidad y la eficacia de un algoritmo, el componente tecnológico del que proviene una indicación, deben ser aceptadas sin debatir. Pero no hay que olvidar que su creador es una persona: si los datos o la programación son erróneos, el algoritmo arrastra el error.
Es inasumible que alguien conocedor de una dinámica tan simple se equivoque. La equivocación fue inducida por un error informático y, aunque el fallo era manifiestamente claro, se siguió cometiendo por no contradecir lo que determinaba un algoritmo. De ahí que debamos reflexionar sobre la infalibilidad de la tecnología y la aceptación incondicional y acrítica de lo que determinen los entes tecnológicos.
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Jorge Castellanos Claramunt, Profesor Derecho constitucional, Universitat de València
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