Si miramos a nuestro alrededor, en prácticamente todo lo que vemos que haya sido fabricado por el hombre se han utilizado arena o componentes extraídos de esta. Después del agua, los llamados "áridos" (incluyendo aquí arenas, gravas y otros materiales naturales procesados por machaqueo) son la materia prima que se consume en mayor cantidad en el mundo.
Según un informe del Observatorio Global de la Arena, una iniciativa conjunta del Programa Ambiental de las Naciones Unidas y del Programa Global de Identificación de Riesgos (Global Sand Observatory Initiative, UNEP-GRID), en las dos últimas décadas se ha triplicado en el mundo el consumo de áridos. Como ocurre con otros recursos naturales, se han alcanzado unos niveles muy elevados de consumo. Y la demanda de estos materiales, previsiblemente, seguirá creciendo en las próximas décadas.
La magnitud del problema
La primera dificultad en la evaluación de la magnitud del problema surge de la gran falta de datos sobre la producción y consumo de áridos, propiciada, entre otras cosas, por la gran heterogeneidad del sector, con diferentes niveles de productores, intermediarios y consumidores.
Así, el Observatorio estima que se extraen en el mundo entre 40 000 y 50 000 millones de toneladas de arenas y gravas en ríos, litorales, y canteras.
Los datos globales publicados por el Servicio Geológico de Estados Unidos, solo para arenas silíceas de uso industrial, son de 325 y 265 millones de toneladas para los años 2019 y 2020, respectivamente. Aunque en esa estimación no se han incluido a grandes productores como China.
Algo más de la mitad de los recursos extraídos van encaminados, fundamentalmente, a cubrir la demanda del sector de la construcción. Como indicador relativo, el consumo de estos materiales es diez veces superior al del cemento. Sin embargo, aunque ese es el sector de mayor consumo, no es el único.
Hay otros sectores industriales y tecnológicos que requieren este recurso. Tiene aplicaciones en la producción de vidrio y cerámica, la electrónica, la pintura y los tratamientos superficiales, el tratamiento de aguas, la extracción de gas e hidrocarburos, la fundición y obtención de metales, cosmética, ocio, etc., usos que requieren estos materiales con unas características y una calidad mucho más restrictivas que en el caso de la construcción. No solo se utiliza directamente como material particulado, sino también como fuente de elementos como el silicio, titanio y las llamadas tierras raras.
¿Un uso sostenible del recurso?
La dotación de esta creciente e imparable demanda está condicionada –como sucede con otras materias primas– por dos factores. Uno se relaciona con la disponibilidad limitada de los materiales, cuya abundancia y características no son regulares en el mundo. Por ejemplo, es cierto que existen grandes extensiones de arena en los desiertos, pero estas arenas no tienen la calidad requerida para muchos usos, entre ellos la construcción. El otro factor condicionante tiene que ver con el inevitable impacto ambiental que genera la actividad extractiva.
A los dos factores señalados habría que añadir un tercero –muy relacionado con ambos–, que es la dimensión socioeconómica de la actividad productora. Esta a su vez muestra una doble faceta antagónica: por un lado, es generadora de riqueza para la población. Pero por otro, la afección ambiental, si no se implementan políticas sostenibles, va a provocar la pérdida de servicios ecosistémicos de un gran valor social.
Por otra parte, el incremento de valor derivado de la escasez del recurso está generando, como la propia UNEP advierte en su informe de 2019, el auge de grupos de malas prácticas y mafias fuera de control que están causando graves daños ambientales. Además, ejercen en algunos casos presión con violencia a la población que se opone a tales prácticas.
Otro aspecto a considerar en el análisis de la sostenibilidad del recurso es el cambio del contexto de producción-consumo local: el consumo está muy alejado del centro de producción, que es precisamente donde se generan las afecciones ambientales. Los ejemplos más notables de ello son Dubai y Singapur. Este último es el mayor importador de arena del mundo procedente de Indonesia, Malasia, Tailandia y Camboya. Gran parte de los 160 millones de toneladas de arena utilizadas para la construcción del famoso archipiélago de islas artificiales de la Palmera Jumeirah en Dubai proceden de Australia.
En este escenario de voraz e imparable consumo de áridos en el que intervienen los factores indicados, la raíz del problema está –como también sucede con otros recursos naturales– en que estamos rebasando la capacidad regeneradora de los procesos de la naturaleza. Depósitos sedimentarios formados tras cientos o miles de años de procesos erosivos, de transporte y deposición son desmantelados en apenas decenas de años.
La urgencia de emprender acciones
Así, la explotación de estos recursos está provocando que en muchas zonas del mundo se estén causando graves impactos en los medios hidrológicos continentales, litorales y marinos y sus ecosistemas asociados. Especialmente en aquellas áreas donde más escasean estos materiales y cuyos marcos regulatorios son escasos, inadecuados o de inexistente aplicación.
Tal y como señala el Observatorio de la UNEP-GRID, las arenas y gravas comienzan a escasear en muchas áreas, y las actividades extractivas (legales e ilegales) se están desplazando a zonas con ecosistemas más frágiles o vulnerables.
La urgencia del problema no permite esperar al desarrollo e implementación de las bases normativas sobre las que asentar pautas de sostenibilidad a escala global. Por ello, se proponen tres niveles de actuaciones para implementar soluciones a escala local, nacional y regional/transnacional. Estas están enfocadas fundamentalmente al sector de la construcción, como sector de mayor demanda, pero podrían ser igualmente aplicadas a otros sectores:
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Actuaciones encaminadas a evitar el consumo innecesario del recurso.
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Actuaciones encaminadas al uso de materiales reciclados o alternativos.
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Acciones encaminadas a la reducción de impactos de la actividad a través de la implementación de buenas prácticas y aplicación de la normativa ambiental relacionada.
De forma paralela, es imprescindible avanzar en un mayor conocimiento del estado real de la producción y el consumo, con la localización de los lugares productores, de manera que se pueda hacer una evaluación correcta de los impactos socioeconómicos y ambientales locales generados por la actividad extractiva. Sin ello, será difícil llevar a cabo el análisis prospectivo necesario para diseñar las medidas de gestión y planificación encaminadas a la sostenibilidad del recurso.
Javier Lillo Ramos no recibe salario, ni ejerce labores de consultoría, ni posee acciones, ni recibe financiación de ninguna compañía u organización que pueda obtener beneficio de este artículo, y ha declarado carecer de vínculos relevantes más allá del cargo académico citado.
Javier Lillo Ramos, Profesor de Geodinámica e investigador en geología y cambio global, Universidad Rey Juan Carlos
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