En los últimos tiempos, y ante la urgente necesidad de limitar el calentamiento global debido al aumento de las concentraciones de gases de efecto invernadero en la atmósfera (en particular el dióxido de carbono o CO₂), surgen las voces a favor de masificar los monocultivos forestales comerciales. Sin embargo, a pesar de que la plantación de árboles para la captación de CO₂ tiene mucho sentido como una solución simple y con beneficios económicos, los efectos colaterales de estos monocultivos no siempre han sido considerados en todas sus dimensiones. Discutiremos esta medida de mitigación del cambio climático, enfatizando el caso de Chile, donde las plantaciones forestales constituyen uno de los ejes de crecimiento económico del país.
No sólo se trata de plantar y cosechar
Recientemente se ha propuesto que, para que los monocultivos forestales sean efectivos en la mitigación del cambio climático, no sólo basta con cultivar árboles. También es necesario masificar el uso de energía obtenida de la biomasa forestal y de ciertos biomateriales derivados de las plantaciones, por ejemplo, sustituyendo el hormigón por madera aserrada o reemplazando las fibras textiles sintéticas por otras derivadas de la pulpa de la madera (e.g., viscosa). Por lo tanto, para que los monocultivos forestales sean una herramienta eficaz para mitigar el cambio climático se requiere el desarrollo de nuevas tecnologías y su implementación mediante cambios en la estructura de negocios orientados al desarrollo de una bioeconomía circular. Si tales avances tecnológicos, económicos y sociales no son posibles a la velocidad esperada, el objetivo de estos monocultivos podría no alcanzarse en el tiempo previsto (120 años). En este sentido es importante destacar que los monocultivos forestales tardan años en ser acumuladores netos de carbono, y por lo tanto monocultivos con tasas de rotación cortas (como los empleados para la producción de celulosa) no son efectivos para mitigar el cambio climático.
Usar un clavo para sacar otro
Los monocultivos forestales fueron una estrategia de emergencia para el control de la erosión de suelos altamente degradados difundida en distintos países del mundo a partir de los años 70. Sin embargo, las prácticas industriales asociadas (tala rasa y red de caminos) aumentaron la erosión en muchos casos, con importantes impactos negativos sobre la biodiversidad y el funcionamiento de los ecosistemas.
Las densas plantaciones masivas de árboles con un fin industrial alteran el ciclo hidrológico local, ya que las especies empleadas mantienen altas tasas de crecimiento mediante un uso no conservativo del agua. Además, el manejo mecanizado de las plantaciones industriales modifica las propiedades físicas del suelo, lo que disminuye su capacidad de almacenar agua, incrementa la escorrentía superficial (por lo tanto también la erosión) y modifica las comunidades de invertebrados y microorganismos del suelo. Finalmente, en un mundo cada vez más cálido, el aumento artificial de la biomasa forestal propiciará incendios cada vez más severos y extensos, particularmente en regiones densamente pobladas, donde las chispas capaces de iniciar un fuego son frecuentes. Existen evidencias recientes al respecto, como los megaincendos que en 2017 se propagaron a través de más de 280 mil hectáreas de monocultivos forestales de Chile central dejando a su paso 11 víctimas mortales, o los grandes incendios que ese mismo año cercenaron la vida a decenas de personas en una carretera inmersa en un mar de plantaciones en Portugal. Paradójicamente, las emisiones por la quema repentina del carbono de los monocultivos no son compensadas por las tasas de almacenamiento de los árboles plantados. Por ejemplo, los incendios de 2017 en Chile emitieron casi tanto CO₂ a la atmósfera como el emitido durante todo el año anterior, siendo la quema de los monocultivos forestales responsable de más del 75 % de dichas emisiones.
El uso de monocultivos forestales con fines comerciales constituye una estrategia de mitigación del cambio climático miope frente a otras crisis ambientales actuales, como es la extinción masiva de la biodiversidad. Existe clara evidencia de que las plantaciones forestales albergan menos diversidad biológica que muchas comunidades naturales vecinas. Además, tienen un papel central en el proceso denominado homogeneización biológica, donde comunidades diversas de especies nativas llegan a ser dominadas por unas pocas especies, normalmente exóticas. Este empobrecimiento de la biodiversidad afecta sobre todo a los elementos tróficos que más directamente benefician a las personas y que sustentan directamente el sistema ecológico, como son los productores primarios (plantas) y organismos detritívoros (por ejemplo, la fauna edáfica). Además, las comunidades biológicamente empobrecidas tienen un menor valor en términos de los servicios ecosistémicos no tangibles, como una menor resiliencia a las perturbaciones o mayor susceptibilidad a las invasiones de especies exógenas.
Hacia estrategias de mitigación sustentables
Entre la comunidad científica existe un consenso generalizado sobre la necesidad de un marco regulatorio y políticas ambientales que garanticen la protección de los ecosistemas naturales que conservan la biodiversidad y el carbono en la biomasa y en los suelos, así como estrategias eficaces de restauración de los ecosistemas para aumentar la captura de carbono y llegar a mitigar el cambio climático mejorando los medios de vida de las personas. En este sentido, es preciso considerar que existen múltiples evidencias científicas de que la restauración y conservación de muchas formaciones vegetacionales naturales producen un mejor balance entre fijación y emisión de carbono, sin afectar negativamente sobre las contribuciones de los ecosistemas a las personas. Y no sólo se trata de bosques: los ecosistemas no dominados por árboles (como la estepa patagónica, las sabanas tropicales o los pastizales alpinos) almacenan la mayor parte del carbono en el suelo, siendo en algunos casos este almacenamiento de carbono mayor que el que se acumula en la biomasa de los bosques tropicales.
Para que el impacto integral de los monocultivos forestales comerciales sea positivo, se deben eliminar los impactos negativos no explícitos de estas plantaciones y detener la degradación de ecosistemas naturales prístinos (sean arbóreos o no). Sólo bajo estas premisas los gestores podrían considerar el uso de monocultivos forestales como una opción, entre otras, para mitigar el cambio climático.
Susana Paula recibe fondos de Agencia Nacional de Investigación y Desarrollo - Gobierno de Chile
Álvaro G. Gutiérrez recibe fondos de Agencia Nacional de Investigación y Desarrollo - Gobierno de Chile
Cecilia Smith Ramírez recibe fondos de Agencia Nacional de Investigación y Desarrollo - Gobierno de Chile.
Juan Armesto recibe fondos de Agencia Nacional de Investigación y Desarrollo- Gobierno de Chile
Susana Paula, Ecología vegetal, Universidad Austral de Chile
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