Las declaraciones del ministro de Finanzas holandés, Wopke Hoekstra, han sido especialmente duras. Argumenta, por un lado, que si se emitiera deuda común, suscrita por todos los países (eurobonos), los países del sur que en su opinión no han hecho bien los deberes financieros, generarían un problema de riesgo moral para los del norte que sí han cumplido con todas sus obligaciones.
Los economistas llamamos riesgo moral a la situación que se produce cuando un agente tiene información, sabe las consecuencias sobre otros de sus acciones y a pesar de ello las lleva a cabo para aprovecharse. Es decir, el ministro holandés considera que si España, Italia, o Portugal saben que el resto va a asumir mancomunadamente sus deudas lo que harán será endeudarse más de lo debido.
Eso es algo que evidentemente podría ocurrir (y que yo creo que se debe evitar en una unión económica) pero traer este argumento a colación cuando el problema que podría ocasionar la deuda de los países de la periferia es una emergencia sanitaria que también afecta a los países del norte es, cuanto menos, una clara muestra de cinismo.
Está por ver si finalmente el coste de la pandemia es más elevado en unos países que en otros y habría que analizar en su momento las razones de las disparidades que pudieran producirse y actuar en consecuencia. Pero, de antemano, no parece riguroso considerar que el gasto de unos vaya a ser más ineficiente que el de otros. Y si de momento es diferente no creo que se pueda decir que se deba a una cuestión de eficiencia o capacidad para gastar bien, como dice el ministro holandés.
De hecho, parece inevitable que en países como Italia o España se necesite más dinero para la pandemia si se tiene en cuenta que aquí se está hospitalizando a las personas mayores, mientras que en Holanda se las considera ya desahuciadas y se las deja morir en casa. O porque la estrategia que allí se está siguiendo es la de conseguir «inmunidad de rebaño», lo que implica realizar un porcentaje muchísimo menor de pruebas sobre la población total, una alternativa que no sabemos qué coste tendrá, no sólo económico sino en términos de vidas humanas, a medio y largo plazo.
Francamente, no estoy seguro de que gastar menos porque no se lucha para salvar vidas humanas de los abuelos sea una forma superior o más ejemplar de utilizar los recursos.
Un segundo argumento que utiliza ahora el ministro holandés es ya un viejo conocido del relato que domina la política europea: los países de la periferia, los «cerdos» (PIGS en inglés, en referencia a Portugal, Italia, Grecia y España) son intrínsecamente corruptos y malgastan el dinero de los contribuyentes. Otro ministro holandés de finanzas, Jeroen Dijsselbloem, dijo en marzo de 2017 que los países del sur nos gastamos todo el dinero «en copas y mujeres para luego pedir que se nos ayude». Y eso lo dice el ministro de un país que exhibe a las mujeres prostituidas en escaparates.
Yo no voy a negar que en España hay corrupción porque llevo toda mi vida avergonzado tratando de luchar contra ella. Pero eso una cosa y otra el admitir que sólo existe en nuestros países del sur.
En España hay corrupción, por supuesto. Una es la corrupción «al menudeo», la que se da entre la clase política y sabemos que hasta el anterior Jefe de Estado era un vulgar comisionista. Sin embargo, la importantes no es esa. Si se habla tanto de la corrupción política, como si fuese la única, es para ocultar la más onerosa. Los políticos corruptos se quedan, en realidad, sólo con la calderilla, con la propina, porque los grandes ingresos que genera la corrupción, la construcción de los aeropuertos donde no hay aviones, las autopistas por donde apenan pasan coches, los puertos faraónicos innecesarios, las operaciones de ingeniería financiera… se los llevan las grandes empresas, los bancos y los fondos de inversión, y una buena parte de ellos proceden precisamente de países del norte de Europa, como Alemania y Holanda. Las burbujas especulativas de Europa la han financiado principalmente los bancos alemanes y holandeses. Por cierto, a costa de no utilizar esos capitales en el desarrollo de sus economías. Y la corrupción a lo grande está presente en países como Alemania o los Países Bajos desde hace tiempo.
Alemania ha podido llegar a ser una gran potencia exportadora, entre otras cosas, gracias a los sobornos, una práctica tan habitual de sus grandes empresas que hasta hace pocos años incluso se podían deducir de impuestos. Solo a su gigante Siemens se le han descubierto operaciones irregulares por valor de unos 420.000 millones de euros. Volkswagen ha engañado a millones de clientes con el escándalo de los motores diésel; muchas grandes empresas alemanas como Deutsche Bank, Vodafone, Deutsche Telekom o Deutsche Pos, entre otras, han protagonizado también grandes escándalos y el considerado mayor fraude fiscal de la historia europea, el caso Cum-Ex, se organizó en Alemania.
¿Y qué decir de Holanda, a parte de que su gran banco ING ha tenido que pagar multas multimillonarias por blanqueo de capitales? ¿No es eso otra forma de corrupción, más elegante si se quiere, aunque de consecuencias igual o incluso más dañinas en otros aspectos? ¿Y lo que hicieron algunas de sus grandes empresas multinacionales en la Sudáfrica del apartheid no fue corrupción de la más criminal?
¿Acaso el haberse convertido en un auténtico paraíso fiscal para permitir que las grandes empresas no paguen impuestos en los países donde realmente operan no es corrupción?
¿Se puede decir que en los Países Bajos no hay corrupción y que allí se utilizan los recursos públicos con honestidad cuando el país se ofrece como soporte de la ingeniería financiera que mina las arcas de otros Estados? ¿Robar los recursos propios es corrupción y permitir que se roben los de otros, como hace Holanda, no?
Un estudio reciente publicado en una revista del Fondo Monetario Internacional reveló que Holanda y Luxemburgo acogen la mitad de la inversión ficticia mundial, es decir, la que no se realiza realmente, sino que sólo está en las cuentas de las empresas para evadir impuestos. En España se calcula que las grandes empresas multinacionales dejan de pagar unos 13.500 millones de euros en impuestos gracias a la existencia de países como Holanda, que proporcionan la posibilidad de eludirlos.
¿Con qué derecho y fundamento puede descalificar el ministro holandés a los países del sur de Europa por tener más deuda, cuando su país es uno de los grandes mamporreros al servicio de la evasión fiscal que destroza las arcas de esos estados, cuando Holanda es el mayor proveedor mundial de servicios de evasión fiscal del planeta, según un informe de 2017 (Uncovering Offshore Financial Centers: Conduits and Sinks in the Global Corporate Ownership Network)?
¿Con qué fuerza moral puede hablar a otros de eficiencia en el uso de los recursos públicos un país que incluso da nombre al «bocadillo holandés», que no es precisamente una delicia culinaria sino una de las prácticas más sofisticadas para blanquear dinero?
¿Cómo pueden dar lecciones sobre administración de recursos los dirigentes de un país que es la pasarela necesaria para que se practique el terrorismo financiero de nuestros días que arruina a países y a empresas, a la economía productiva del planeta?
Y se olvida el ministro holandés de que si los países del norte pueden acumular grandes excedentes es porque han impuesto en la zona euro un sistema de funcionamiento perverso, que no cuenta con mecanismos adecuados de ajuste, de modo que unos países, como el suyo o Alemania, pueden acumular superávits no sólo porque son más ricos y quizá más eficientes sino porque juegan con la ventaja de haber montado un club en donde las normas tratan por igual a los desiguales.
Los países del norte de Europa, con Alemania y Holanda ahora a la cabeza, están haciendo trampas. Se benefician del euro al haberlo establecido sin una hacienda europea, sin normas que impidan el ajuste efectivo de los desequilibrios y sin mecanismos de protección ante shocks, como una pandemia sin ir más lejos, que produce efectos asimétricos entre los países miembros. Han comprado a precio de saldo las principales empresas de la periferia europea, viven de colocar en esta última sus exportaciones, financiaron y se aprovecharon de burbujas como la inmobiliaria en España y encima nos acusan de derrochadores.
El ministro holandés ha pedido a la Comisión Europea un informe sobre por qué algunos países de la Unión han acumulado reservas financieras en los últimos años, mientras que otros no lo han hecho. Algo que parece mentira, pues cualquier estudiante de tercero de Económicas sabe perfectamente que eso es inevitable que ocurra cuando una unión monetaria, como el euro, está intencionadamente mal diseñada. A Robert Mundell le dieron el Premio de Economía del Banco de Suecia (equivalente al Nobel) por haberlo demostrado hace ya casi sesenta años, en 1961, y cuesta creer que un ministro de finanzas no lo sepa y tenga que pedir que le digan la respuesta.
Le faltó al ministro decir esta vez que los españoles, como toda la población de los demás países del sur de Europa, somos unos vagos y que no nos gusta sino la juerga y la siesta, a pesar de que trabajamos 272 horas más de media al año que los holandeses.
Los dirigentes holandeses, como los alemanes, tienen por qué callar. Los españoles no debemos ocultar nuestros defectos que son muchos. Entre ellos, el haber permitido que nuestras élites corruptas hayan entregado o malvendido tanta de nuestra riqueza a empresas alemanas y holandesas, o el haber permitido que nos incorporaran al euro sin hacer una valoración objetiva, ni permitirnos debatir sus ventajas e inconvenientes. Mas lo que no podemos permitir es que los dirigentes de esos países nos insulten de la manera en que lo han hecho. El presidente de Portugal, Antonio Costa, lo ha dicho con toda claridad: las declaraciones del ministro neerlandés son «repugnantes». Lleva toda la razón.
Los Países Bajos tienen, como Alemania, muchas cosas ejemplares de las que debemos aprender los demás países europeos. Su supremacismo y prepotencia de los últimos tiempos son, sin embargo, inaceptables y yo creo, como he dicho, que injustificados. Es muy chocante que se quiera convertir en la guía moral de Europa dando lecciones de honradez a los demás que un país que deja morir a sus mayores sin atención hospitalaria porque ya son demasiado viejos, que es de facto un paraíso fiscal, o que permite que mujeres exhiban su cuerpo como mercancías en escaparates. Significa que la Unión Europea tiene un problema serio y que vamos a tener que plantearnos si vale la pena ser socios de quienes no saben pronunciar palabras como cooperación o solidaridad.
* Juan Torres es catedrático de Economía Aplicada en la Universidad de Sevilla
* Crónica agradece al autor poder compartir sus opniones con nuestros lectores
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