con notable déficit democrático en sus modos, las derechas dan muestras de cómo su oposición, si no enderezan el rumbo, la van a conducir por los caminos de la antipolítica
Las derechas no van a hacer oposición al gobierno, sino a la democracia. Las izquierdas deben huir de intereses particulares y trabajar por una acción transformadoraUn fantasma recorre España –el fantasma del “podemismo”, podría decir quien osara escribir un nuevo Manifiesto–, bajo cuya sombra las derechas lanzan siniestras acusaciones de comunismo a todo lo que se mueve, y de claudicación al PSOE. Y como en drama representado en castillo de Elsinor reubicado entre La Moncloa y el palacio de la Carrera de San Jerónimo, Pedro Sánchez, protagonista de toda una agónica lucha política, ha tenido que afrontar su “ser o no ser” ante el público de todo un país –ya no Dinamarca, sino España, donde también se acumula un fuerte olor a podrido–. La ciudadanía repartió los roles con sus papeletas de voto y dejó a los actores que decidieran si el drama lo volcaban hacia la tragedia o si, por el contrario, lo encauzaban hacia una salida a través de la cual pudieran sobrevivir. Ha ocurrido lo segundo, por fortuna.
Ante el proceso de investidura que había de abrir la puerta a un nuevo gobierno, el candidato socialista, en medio de una noche electoral de amarga victoria, decidió dónde iba a quedar su no-ser y dónde iba a estar su ser: iba a dejar atrás una disparatada verborrea, cargada de temores oníricos, contra la izquierdista Unidas Podemos, a la vez que aparcaba los fervores en torno al artículo 155 de la Constitución y las incontenibles fobias contra el independentismo catalán. Cuando la necesidad aprieta, la virtud, si hay inteligencia, encuentra un camino pragmático: el ser del candidato Sánchez y, con él, el ser de un PSOE desprendido de su anterior autobloqueo –los otros, arrastrados por la ultraderecha, pueden ser el infierno, pero no por ello tienen la exclusiva del bloqueo–, pudieron encaminar sus pasos hacia un pacto de gobierno con Unidas Podemos y un acuerdo de investidura –abstención mediante– con ERC.
Se dio, por tanto, un proceso de conversión que, al modo de paulina caída del caballo, y como acabamos de ver, ha desembocado en que el secretario general socialista ha accedido a la presidencia del gobierno –y el secretario general de Podemos, a la vicepresidencia–. La duda hamletiana, cual nudo gordiano, quedó resuelta de un tajo que hubiera sido la envidia de Alejandro Magno. Parece una evidencia de nuevo confirmada que el protagonismo político se afirma cuando la ambición de quien lo pretende viene a coincidir con la necesidad histórica. No es que sea el destino de algún espíritu hegeliano, sino que astucia y azar se conjugan con el acierto que Maquiavelo requería para el gobernante.
Las derechas anuncian la amenaza de la antipolítica
Tenemos gobierno de coalición PSOE-Unidas Podemos, y es para celebrarlo. Nos hemos permitido hasta echar las campanas al vuelo, sin de momento vernos agobiados en las izquierdas por el exiguo margen resultante de una votación durante la cual, con el silencio propio de los grandes momentos de suspense, se estaba a la espera de un recuento que se sabía ajustado: 167 votos a favor, 165 en contra y 18 abstenciones. Todo un anticipo de las cuentas que habrá que echar en una legislatura en la que el llamado “bloque de progreso”, el que ha apoyado al candidato para investirlo de presidente del gobierno, va a tener delante un abusivamente autodenominado “bloque constitucionalista” –abusiva y falsamente así autonombrado desde el momento en que sus actuaciones y discursos colisionan con el respeto que se debe a la Constitución que tanto invocan y que en verdad tratan de patrimonializar–.
No obstante, más allá de la aritmética parlamentaria, las emociones y alegrías por una votación parlamentaria que permite un gobierno plural de izquierda en España –en la etapa democrática que vivimos desde la Transición no se ha conocido gobierno de coalición en el Estado– no han hecho olvidar lo que va a ser la brutal oposición de las derechas en la legislatura recién iniciada. La tríada PP, Vox y Ciudadanos –coloquialmente conocida como “Trifachito”– es amalgama de las derechas en la que las fronteras entre ellas se difuminan, siendo así desde que el discurso ultra –neofascista– de Vox arrastra a un PP que se desplaza hacia él tratando de no perder apoyos por ese flanco; a la vez, Ciudadanos, con grupo parlamentario residual, sigue apegado a un mimetismo letal respecto de los tópicos de un españolismo a ultranza que sus vecinos de escaños esgrimen en competencia nada virtuosa.
Sobrepujándose unas a otras a ver quién decía palabras más gruesas, todos hemos podido ser testigos de cómo las derechas, al alimón, han mentido al decir que en el hemiciclo se insultaba al rey, o cómo han manipulado una vez más a las víctimas del terrorismo, o cómo han emprendido el torticero camino de extender sobre el gobierno que se formara a partir de la sesión de investidura la sombra de su ilegitimidad por un acuerdo con los independentistas de ERC que, de suyo, no contiene más que el compromiso de diálogo para hallar un encauzamiento civilizado al conflicto político que se vive en Cataluña. Negando toda legitimidad a una negociación de la que se dice, muy razonablemente, que lo que resulte de ella podrá someterse a consulta de la ciudadanía catalana –subrayando que ello no se identifica con referéndum de autodeterminación–, las derechas no apuestan por otra cosa que la intransigencia política y el enrocarse en una mitificada unidad nacional reluctante a la pluralidad de naciones existente en el Estado español. Profiriendo insultos en el mismo hemiciclo, alentando al transfuguismo haciendo gala de la mayor indignidad política y dejándose llevar a reiterados “vivas” al rey y a la Constitución con ostensible y preocupante tono cuartelario, todo parecía dar pábulo a palabras de cariz golpista de las que algunos diputados o diputadas no se privaron. En definitiva, con notable déficit democrático en sus modos, las derechas dan muestras de cómo su oposición, si no enderezan el rumbo, la van a conducir por los caminos de la antipolítica, es decir, por esos derroteros por los que se transita en la política cuando desde ella, de forma perversa, se erosionan las condiciones mismas que la hacen posible, generando una distorsión de la política que la lleva, no ya a una oposición al gobierno, sino a quedar en oposición a la democracia como tal.
Lo inédito de la frágil promesa de un pacto de gobierno
El peligro que supone la antipolítica es la verdadera amenaza que hemos de afrontar. Lo demás son problemas que resolver, unos urgentes, otros muy importantes y alguno muy grave. Cabe decir que el programa de gobierno pactado entre PSOE y Podemos presenta un buen conjunto de medidas concretas y propuestas de largo recorrido para dar respuesta a demandas de libertades y derechos, de igualdad y justicia social, de empleo y desarrollo económico, de ecología y transición energética, de educación y cultura, de política nacional e internacional… Es verdad que hay cuestiones que no aparecen con el despliegue que sería de desear –como la cuestión migratoria–, respecto a las cuales cabe esperar que así se haga en el futuro. Y no es menos cierto lo llamativo de las escuetas dos líneas –¡en cincuenta páginas!– dedicadas al conflicto de Cataluña. Siendo efectivamente meritorio que el conflicto sea reconocido como tal, dicha expresión programática tan lacónica se ha visto complementada con los términos del acuerdo hecho público con ERC.
Es obligado decir que el conjunto de la política de gobierno anunciada es prometedor. Por el lado de las políticas sociales a nadie se le oculta que el compromiso contraído, además de exigir apoyo fiscal suficiente, supondrá lidiar con los requerimientos de una Comisión Europea que va a seguir pidiendo recortes en época de dificultades económicas. Por el lado del reconocimiento de la plurinacionalidad, el asunto clave se va a situar en la posibilidad de fijar ese punto en el que se encuentre lo que el PSOE se disponga a ofrecer en cuanto a pasos efectivos de una federalización más consecuente del Estado de las autonomías, con respuesta a la especificidad nacional de Cataluña y otros territorios del Estado, y lo que desde el independentismo se esté en disposición de aceptar en clave de avance en cuanto a soluciones políticas e integración social. Todos los actores son conscientes de que no es fácil lo pretendido, pero es de todo punto necesario, incluyendo dilucidar el tratamiento jurídicamente posible a los líderes independentistas presos.
El pacto para un gobierno de coalición de izquierda es, como se ha dicho, algo hasta ahora inédito. E inédita es también la vía de negociación entre Gobierno de España y Govern de Catalunya que se ha abierto. Las dificultades inducen a preguntar si ese doble inédito va a ser en verdad viable. Quienes hemos apostado por ello desde mucho tiempo atrás pensamos que puede y debe ser viable. Aun así los interrogantes no se disipan, pero no por ello ha de menguar la apuesta por lo inédito viable, lo cual, dicho sea de paso, era para el brasileño Paulo Freire la manera en que lo utópico podría presentarse atendiendo a la posibilidad real. Sabemos bien que no estamos en las proximidades de utopía alguna, pero no por ello dejamos de necesitar un horizonte para lo factible. Movernos hacia él se podrá hacer si se trabajan las condiciones adecuadas desde la misma acción política, teniendo en cuenta especialmente que un recorrido tan complejo como el que queremos hacer necesita esa acción transformadora que es política también porque le acompaña la palabra que orienta, el discurso que esclarece sus razones y la comunicación que permite compartirlas. Si ello no se logra, entonces habremos malgastado la ocasión generada y el tiempo disponible, el cual no es tampoco recurso indefinido. ¿Aprovecharemos este tiempo para la mayor cohesión social que se reclama y para la rearticulación del Estado que ha de hacerse? ¿O todo quedará en que cada cual recorte la oportunidad para lo (difícil) viable a la medida de sus intereses particulares? De nada valdrá que converjan ambición y necesidad si no hay un proyecto compartido que posibilite que cuajen metas políticas que, en un tiempo futuro, avalen decir que hubo progreso gracias a que lo inédito fue viable y tuvo sentido (políticamente emancipador y socialmente solidario). Lo prometido es deuda. Respecto a ella, bien podemos traer a colación las palabras del Talmud que Erich Fromm gustaba de citar: “No seremos nosotros quienes completarán la tarea, pero no tenemos derecho a abandonarla”.
José Antonio Péez Tapias es catedrático y decano en la Facultad de Filosofía de la Universidad de Granada. Es autor de "Invitación al federalismo. España y las razones para un Estado plurinacional". (Madrid, Trotta, 2013)
Se dio, por tanto, un proceso de conversión que, al modo de paulina caída del caballo, y como acabamos de ver, ha desembocado en que el secretario general socialista ha accedido a la presidencia del gobierno –y el secretario general de Podemos, a la vicepresidencia–. La duda hamletiana, cual nudo gordiano, quedó resuelta de un tajo que hubiera sido la envidia de Alejandro Magno. Parece una evidencia de nuevo confirmada que el protagonismo político se afirma cuando la ambición de quien lo pretende viene a coincidir con la necesidad histórica. No es que sea el destino de algún espíritu hegeliano, sino que astucia y azar se conjugan con el acierto que Maquiavelo requería para el gobernante.
Las derechas anuncian la amenaza de la antipolítica
Tenemos gobierno de coalición PSOE-Unidas Podemos, y es para celebrarlo. Nos hemos permitido hasta echar las campanas al vuelo, sin de momento vernos agobiados en las izquierdas por el exiguo margen resultante de una votación durante la cual, con el silencio propio de los grandes momentos de suspense, se estaba a la espera de un recuento que se sabía ajustado: 167 votos a favor, 165 en contra y 18 abstenciones. Todo un anticipo de las cuentas que habrá que echar en una legislatura en la que el llamado “bloque de progreso”, el que ha apoyado al candidato para investirlo de presidente del gobierno, va a tener delante un abusivamente autodenominado “bloque constitucionalista” –abusiva y falsamente así autonombrado desde el momento en que sus actuaciones y discursos colisionan con el respeto que se debe a la Constitución que tanto invocan y que en verdad tratan de patrimonializar–.
No obstante, más allá de la aritmética parlamentaria, las emociones y alegrías por una votación parlamentaria que permite un gobierno plural de izquierda en España –en la etapa democrática que vivimos desde la Transición no se ha conocido gobierno de coalición en el Estado– no han hecho olvidar lo que va a ser la brutal oposición de las derechas en la legislatura recién iniciada. La tríada PP, Vox y Ciudadanos –coloquialmente conocida como “Trifachito”– es amalgama de las derechas en la que las fronteras entre ellas se difuminan, siendo así desde que el discurso ultra –neofascista– de Vox arrastra a un PP que se desplaza hacia él tratando de no perder apoyos por ese flanco; a la vez, Ciudadanos, con grupo parlamentario residual, sigue apegado a un mimetismo letal respecto de los tópicos de un españolismo a ultranza que sus vecinos de escaños esgrimen en competencia nada virtuosa.
Sobrepujándose unas a otras a ver quién decía palabras más gruesas, todos hemos podido ser testigos de cómo las derechas, al alimón, han mentido al decir que en el hemiciclo se insultaba al rey, o cómo han manipulado una vez más a las víctimas del terrorismo, o cómo han emprendido el torticero camino de extender sobre el gobierno que se formara a partir de la sesión de investidura la sombra de su ilegitimidad por un acuerdo con los independentistas de ERC que, de suyo, no contiene más que el compromiso de diálogo para hallar un encauzamiento civilizado al conflicto político que se vive en Cataluña. Negando toda legitimidad a una negociación de la que se dice, muy razonablemente, que lo que resulte de ella podrá someterse a consulta de la ciudadanía catalana –subrayando que ello no se identifica con referéndum de autodeterminación–, las derechas no apuestan por otra cosa que la intransigencia política y el enrocarse en una mitificada unidad nacional reluctante a la pluralidad de naciones existente en el Estado español. Profiriendo insultos en el mismo hemiciclo, alentando al transfuguismo haciendo gala de la mayor indignidad política y dejándose llevar a reiterados “vivas” al rey y a la Constitución con ostensible y preocupante tono cuartelario, todo parecía dar pábulo a palabras de cariz golpista de las que algunos diputados o diputadas no se privaron. En definitiva, con notable déficit democrático en sus modos, las derechas dan muestras de cómo su oposición, si no enderezan el rumbo, la van a conducir por los caminos de la antipolítica, es decir, por esos derroteros por los que se transita en la política cuando desde ella, de forma perversa, se erosionan las condiciones mismas que la hacen posible, generando una distorsión de la política que la lleva, no ya a una oposición al gobierno, sino a quedar en oposición a la democracia como tal.
Lo inédito de la frágil promesa de un pacto de gobierno
El peligro que supone la antipolítica es la verdadera amenaza que hemos de afrontar. Lo demás son problemas que resolver, unos urgentes, otros muy importantes y alguno muy grave. Cabe decir que el programa de gobierno pactado entre PSOE y Podemos presenta un buen conjunto de medidas concretas y propuestas de largo recorrido para dar respuesta a demandas de libertades y derechos, de igualdad y justicia social, de empleo y desarrollo económico, de ecología y transición energética, de educación y cultura, de política nacional e internacional… Es verdad que hay cuestiones que no aparecen con el despliegue que sería de desear –como la cuestión migratoria–, respecto a las cuales cabe esperar que así se haga en el futuro. Y no es menos cierto lo llamativo de las escuetas dos líneas –¡en cincuenta páginas!– dedicadas al conflicto de Cataluña. Siendo efectivamente meritorio que el conflicto sea reconocido como tal, dicha expresión programática tan lacónica se ha visto complementada con los términos del acuerdo hecho público con ERC.
Es obligado decir que el conjunto de la política de gobierno anunciada es prometedor. Por el lado de las políticas sociales a nadie se le oculta que el compromiso contraído, además de exigir apoyo fiscal suficiente, supondrá lidiar con los requerimientos de una Comisión Europea que va a seguir pidiendo recortes en época de dificultades económicas. Por el lado del reconocimiento de la plurinacionalidad, el asunto clave se va a situar en la posibilidad de fijar ese punto en el que se encuentre lo que el PSOE se disponga a ofrecer en cuanto a pasos efectivos de una federalización más consecuente del Estado de las autonomías, con respuesta a la especificidad nacional de Cataluña y otros territorios del Estado, y lo que desde el independentismo se esté en disposición de aceptar en clave de avance en cuanto a soluciones políticas e integración social. Todos los actores son conscientes de que no es fácil lo pretendido, pero es de todo punto necesario, incluyendo dilucidar el tratamiento jurídicamente posible a los líderes independentistas presos.
El pacto para un gobierno de coalición de izquierda es, como se ha dicho, algo hasta ahora inédito. E inédita es también la vía de negociación entre Gobierno de España y Govern de Catalunya que se ha abierto. Las dificultades inducen a preguntar si ese doble inédito va a ser en verdad viable. Quienes hemos apostado por ello desde mucho tiempo atrás pensamos que puede y debe ser viable. Aun así los interrogantes no se disipan, pero no por ello ha de menguar la apuesta por lo inédito viable, lo cual, dicho sea de paso, era para el brasileño Paulo Freire la manera en que lo utópico podría presentarse atendiendo a la posibilidad real. Sabemos bien que no estamos en las proximidades de utopía alguna, pero no por ello dejamos de necesitar un horizonte para lo factible. Movernos hacia él se podrá hacer si se trabajan las condiciones adecuadas desde la misma acción política, teniendo en cuenta especialmente que un recorrido tan complejo como el que queremos hacer necesita esa acción transformadora que es política también porque le acompaña la palabra que orienta, el discurso que esclarece sus razones y la comunicación que permite compartirlas. Si ello no se logra, entonces habremos malgastado la ocasión generada y el tiempo disponible, el cual no es tampoco recurso indefinido. ¿Aprovecharemos este tiempo para la mayor cohesión social que se reclama y para la rearticulación del Estado que ha de hacerse? ¿O todo quedará en que cada cual recorte la oportunidad para lo (difícil) viable a la medida de sus intereses particulares? De nada valdrá que converjan ambición y necesidad si no hay un proyecto compartido que posibilite que cuajen metas políticas que, en un tiempo futuro, avalen decir que hubo progreso gracias a que lo inédito fue viable y tuvo sentido (políticamente emancipador y socialmente solidario). Lo prometido es deuda. Respecto a ella, bien podemos traer a colación las palabras del Talmud que Erich Fromm gustaba de citar: “No seremos nosotros quienes completarán la tarea, pero no tenemos derecho a abandonarla”.
José Antonio Péez Tapias es catedrático y decano en la Facultad de Filosofía de la Universidad de Granada. Es autor de "Invitación al federalismo. España y las razones para un Estado plurinacional". (Madrid, Trotta, 2013)
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