La fosa séptica de la corrupción del PP ha saltado por los aires. Por saturación de contenidos, y por el valor de los profesionales que se han empeñado en limpiarla a pesar de las zancadillas. La justicia sirve a la sociedad, a veces lo olvidamos. Tras una semana de "calvario mediático", como la califica un colega, Unidos Podemos anuncia la presentación de una moción de censura. Si lo aprueban en consulta las bases, añaden este viernes. Con el candidato que prefiera el conjunto de los apoyos, de PSOE o Ciudadanos incluso.
Y el foco mediático cambia. Políticos y medios se lanzan a la crítica, con enorme virulencia. Como si estuvieran aguardando la ocasión para poner, de nuevo, parches de polietileno de alta densidad a la fosa de los detritus y tratar de contener el desparrame. Son muy respetuosos con la ética, la democracia, la pulcritud de las instituciones, pero la reacción desmesurada conduce a equívocos. Esas declaraciones airadas, esas portadas acusatorias, esos editoriales, otra vez. Contra Podemos, no contra la corrupción.
Con lo que estamos viendo, con provocaciones incluso de tutores del pillaje, que no sea un clamor que este PP debe dejar el gobierno resulta demasiado turbio. En la calle hay alarma social. En la que no anda entretenida, por supuesto, con los "juadores", el equipo A, el Master Chef, Sálvame, o las adicciones partidistas. Abochorna la democracia que sean más duras las críticas a Unidos Podemos por plantear que no puede seguir este Gobierno, que a la corrupción del PP.
Echar al Gobierno que preside Rajoy es una exigencia ética, sin duda. No hay mal peor para una democracia, para una sociedad, que tener incrustado en el país un foco de putrefacción. Cada detalle que se conoce añade gravedad al conjunto. Lo último por ahora, la estrategia de Moix para someter a la fiscalía Anticorrupción que preside. Ser el único que hable con periodistas o controlar cada papel.
Las grabaciones judiciales a los protagonistas de la corrupción hieren los espíritus más curtidos, no así al parecer a políticos y medios. Nos tragamos el saqueo impenitente, los volquetes de putas de la Púnica de Granados, jueces enviados "a tomar por culo" de González, los hilos que se mueven para intentar que así sea, con mayor dureza en el caso de los fiscales: es demasiado, insoportable. No hay presunción de inocencia que tape la necesidad de una regeneración política, mientras la justicia sigue su curso.
Pero quien puede hacerlo no está por la labor. Es evidente. Al PSOE no le viene bien una moción de censura, descabezado ahora como está por su propia voluntad. Aunque la política es una actividad dedicada a trabajar por lo que le viene bien a la ciudadanía. Y este Partido Popular suma incesantes puntos contraproducentes para la salud social.
A la corrupción, como una losa que desprende toda su mugre sobre nuestras vidas, se añade la involución. El PP la intensifica, al ritmo que lo hace la sociedad sobre la que ejerce influencia. Llevamos unas semanas con unos brotes ultraderechistas, franquistas incluso, realmente significativos. Y el PP gobierna. Gracias a la abstención del PSOE y el sí de Ciudadanos. Y ahí sigue como un estigma a la credibilidad de estos partidos. Si la objeción fueran las formas de Unidos Podemos, presentarían su propia moción de censura. Y eso no va a ocurrir ni en sueños. Pedir dimisiones a secundarios, dejando al mando a quien nombra a todos es maniobra de distracción.
El PSOE no tiene ninguna posibilidad de gobernar en el estado en el que se encuentra. Los errores le lastran, como a sus colegas franceses. Los de Hollande, naturalmente. Tan vapuleado, que ni pudo presentarse a la reelección presidencial. Valls, su jefe de gobierno, quedó aparcado por Benoît Hamon, el exministro, al que no echaron pero se fue en desacuerdo con las políticas de austeridad de su partido. Resulta patético que el PSOE salido del golpe contra Pedro Sánchez culpe a Hamon de su vergonzante 6,4% de votos.
La elección del PSOE está hecha desde hace tiempo: el PP. Para eso ató corto a Sánchez y le echó después. Por ideología y porque demuestra que no le incomoda seriamente la corrupción del PP. No secundará la moción de censura de Podemos. Y lo pagará probablemente. Si fuera por esta cúpula, los gobiernos del PP estarían garantizados sine die.
Ciudadanos tampoco. Es obvio. Dice preferir la estabilidad. La estabilidad de la corrupción, en la práctica. PP, PSOE y C's han rechazado también la propuesta de celebrar un pleno monográfico en el Congreso para que Rajoy dé explicaciones por la corrupción. Como una piña. De ahí que se vea claro qué les incomoda más.
Recordamos estos días la moción de censura en 1980 de Felipe González a Adolfo Suárez, el presidente en minoría de UCD. El que reivindican ahora y añoran con lágrimas en los ojos como el mejor de la democracia. No vivíamos una situación de corrupción como la de ahora ni por lo más remoto. Se aprovechó la debilidad de Suárez ante las pirañas de su partido, muchos de ellos hoy en el PP. Sabiendo que no saldría adelante. Le fue muy útil a Felipe González. Poco después ganó y por aplastante mayoría absoluta, lo cuenta con detalle Sindo Lafuente. Las circunstancias son muy distintas en este momento. La prensa era muy distinta, los "ochenta" fueron los años de oro del periodismo en España. Y muchos siguen aquí. Evolucionados unos, involucionados otros.
Una moción de censura ahora, al PP, está mucho más justificada. Se trata de constatar al menos la situación abyecta que vivimos. Y definir los apoyos y las complicidades. No será fácil que los ciudadanos menos exigentes superen la barrera de a quienes les mandan detestar masivamente, pero al menos algo se oirá de los detalles que se ocultan (véase TVE entre otros medios). Sí, es una exigencia ética urgente llevar el debate sobre la corrupción al Parlamento.
Si el tactismo se admite en aquel y otros casos, pensar que es solo lo que mueve a Unidos Podemos a presentar una moción de censura, es la ley del embudo. Y que Podemos quiere "interferir" en las primarias del PSOE, que se basta y se sobra para interferirse solo, da idea del nivel que tienen los establecidos en España. Los establecidos, los que no pisan la calle o lo hacen con tapones en los oídos y antifaz de dormir. Siguen sin querer darse cuenta de lo ocurrido, de lo que desde las alturas provocaron, de las sombras mortales que se expanden sobre la ciudadanía en muchos lugares del mundo ya, por los años de políticas de la desigualdad, la injusticia y el saqueo.
En España, la única solución es un gobierno de concentración que, como escribía aquí Carlos Hérnandez, limpie a fondo la mierda. Superando crisis, rivalidades y rencillas. Porque conviene a la sociedad y no a intereses partidistas y empresariales. No va a ocurrir. Aunque la historia camina contra el bipartidismo corrupto, sus errores y manipulaciones. Y la salida en otros países está siendo caer en los híbridos del fascismo y los negocios, con vocación belicista y de recorte de libertades.
A todos los niveles, la ética empieza a ser una urgente exigencia.
* Rosa Maria Artal es periodista y escritora, autora de libros como 'Salmones contra Percebes', suele manifestar su opinión en su blog El Periscopio. Este artículo fue publicado primero en eldiario.es
* Crónica agradece poder compartir sus opiniones con nuestros lectores
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