Decía Keynes que, 'a largo plazo, todos muertos'. Con ello, reflejaba el poco interés del capitalismo en plantearse el futuro lejano y su tendencia a ir resolviendo solo los desequilibrios presentes. Sigue siendo cierto pero a medias. Puede que las élites no tengan claro como salir de las crisis financieras recurrentes pero, desde luego, tiene la voluntad inquebrantable de asegurarse mecanismos de desigualdad a largo plazo.
Una prueba es la solidez con la que ha incorporado en las conciencias ciudadanas que no hay dinero para pensiones públicas, que aunque disfrutemos de una continua revolución tecnológica que aumenta la productividad del trabajo debemos acostumbrarnos a un futuro de escasez. Hasta el punto que podríamos asegurar que si a largo plazo todos muertos, los años previos seremos (casi o totalmente) pobres, con pensiones muy a la baja.
Si así lo asumimos es porque este capitalismo sí tiene organizado el largo plazo para el que nos ha preparado concienzudamente, un futuro en el que la desigualdad y la precariedad se consolidan. España parece estar en vanguardia en esa tarea con un 44,5% de españoles que no confía en recibir una pensión pública cuando se jubile.
Poco a poco se han ido superponiendo argumentos y ardides que han ido convirtiendo el relato de la falta de fondos en una profecía autocumplida. Es más, el largo plazo de la vejez precaria no solo llegará inexorablemente si no lo remediamos, sino que se anticipará en el tiempo hasta convertirse en un problema de corto plazo. Es la triste consecuencia de lo que llevamos construyendo desde hace años.
Si la primera solución para aliviar los desequilibrios demográficos que provoca el déficit de las pensiones era el fomento de la natalidad, es obvio que nos estamos alejando de esa vía. La precariedad laboral de hoy, que afecta especialmente a nuestros jóvenes, les impide emanciparse hasta edades muy avanzadas lo que hace que España tenga una de las tasas de fecundidad más bajas de los países desarrollados con 1,32 hijos por mujer en edad fértil.
En segundo lugar, nos alejamos también de resolver el problema vía inmigración. Las previsiones del INE estiman un saldo migratorio muy bajo en las próximas décadas, con algo menos de 100.000 entrantes netos, algo difícil de imaginar si sigue la presión en el sur de nuestras fronteras. Nuestra derecha fue pionera en convertir la inmigración en problema ideológico (recuerden el efecto llamada) y ahora toda Europa se pliega a la xenofobia, de modo que hasta los refugiados de las guerras que provocamos son vistos como problema.
En tercer lugar, también nos negamos a resolver los desequilibrios del envejecimiento vía incrementos de productividad. Nuestro modelo productivo, basado en servicios low cost de bajo valor y alta elasticidad de empleo sobre PIB convierte a España en el único país que crece en productividad solo en las crisis cuando destruye salvajemente empleo, pero nunca en las recuperaciones. Ni Portugal, ni Italia, ni Francia ni Irlanda sacrificaron la inversión en I+D durante la crisis como ha hecho España. Con un modelo así, en el que llevamos instalados treinta años, como denuncia el informe conjunto de expertos de la OIT, la OCDE, el Banco Mundial y el FMI a la reunión del G20 celebrada en Turquía, es imposible encontrar una solución a los desequilibrios demográficos.
Desechadas e invalidadas las soluciones a largo plazo de lo que ahora se habla es de puro recortes de pensiones. La introducción del 'factor de sostenibilidad' en la reforma del 2013 implica que las pensiones iniciales caerán un 10% cada 20 años. Por el 'factor de revalorización', si el BCE consiga su objetivo de inflación del 2%, las pensiones perderán, además, poder adquisitivo entre un 30 y un 40% en 20 años.
Estamos siendo educados para vivir con pensiones que según Bruselas serán la mitad del último sueldo, un último sueldo que asumimos será mucho mas bajo. El resultado son pensiones contributivas que superarán escasamente, en algo más de 200€, los límites de la no contributiva. Un futuro de subsistencia que deja a la intemperie futura a la mayoría de la población.
De paso, lo que hacemos es agotar las reservas de nuestras mayores obligados a complementar con sus pensiones y ahorros actuales, las redes de seguridad social que el estado desmonta en seguros y subsidios a desempleados o complementando ingresos precarios. Lo hacemos mientras agotamos los fondos de reserva de la SS.
El resultado es que ya no tenemos una crisis futura, la estamos anticipando convirtiendo en problemático el pago de las pensiones de los próximos años. No es extraño: con los sueldos actuales, se necesitan tres nuevos entrantes al mercado laboral para pagar una pensión media.
Ello exige una reforma fiscal en profundidad que necesita pivotar sobre rentas del capital. Y es que las capacidades fiscales del mundo del trabajo están esquilmadas por las políticas de devaluación salarial que han supuesto una transferencia de rentas de 4% puntos del PIB a favor del capital, justo el valor del desequilibrio que se preve genere las pensiones a largo plazo.
Es hora de reaccionar, de todas las resistencias y de todas las batallas pueden nutrirse alternativas. En todos los campos caben correcciones urgentes.
Ignacio Muro Benayas, es miembro de Economistas Frente a la Crisis Es economista, experto en modelos productivos en el colectivo Economistas Frente a la Crisis. Profesor honorario de comunicación en la Universidad Carlos III, especializado en la transición digital.
Escritor y analista social, colaborador en diversos diarios y revistas, entre ellos El País.
Es también, editor del diario digital Bez.es, vicepresidente del Instituto para la Innovación Periodística y Presidente de Poli-TIC/Asociación Información y Conocimiento.
Ha sido director durante 18 años (1987-2005) en la Agencia EFE en diversos departamentos, incluido director gerente (entre 1989-1993).
Publicado primero en EFC
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