Las declaraciones de alemanes y franceses sobre la muerte del tratado son una maniobra electoral y una cortina de humo para ocultar la posición de los socialdemócratas en el acuerdo con Canadá.
El pasado domingo a mediodía el presidente del SPD y vicecanciller Sigmar Gabriel declaraba que después de 14 rondas de negociación el acuerdo de comercio e inversión (TTIP) que está negociándose entre EEUU y la Unión Europea “ha fallado”. Estas palabras han levantado una polvareda de opiniones, artículos e incluso felicitaciones por una supuesta “buena noticia” de la mano del SPD. ¿Hemos ganado la partida frente al TTIP y no nos hemos dado cuenta? ¿Va a conseguir el SPD un cambio de posición del grupo socialdemócrata en el Parlamento Europeo capaz de mover a la Eurocámara hacia el rechazo del TTIP? ¿Acaso Merkel (que en el mes de junio recibía a Obama y se conjuraban juntos para impulsar el acuerdo) ha cambiado de opinión? Sin dejarnos tiempo para contestar estas preguntas, a las declaraciones de Sigmar se han añadido las manifestaciones del secretario de Comercio Exterior del Gobierno francés, Matthias Fekl, que anuncia la demanda de suspensión ante las autoridades europeas para este mes de septiembre. ¿Realmente estamos en manos de los socialistas franceses y alemanes, esperando que a estas alturas del debate den el toque de gracia al TTIP?
No, no vamos a dar las gracias a los socialistas europeos por una victoria que, creemos, sería en todo caso una cortina de humo. Y mantenemos esta postura porque consideramos que el problema no es solo ni mucho menos el TTIP. El acuerdo con Estados Unidos es la punta del iceberg de una amplia red de tratados comerciales mediante los cuales la UE, en partenariado implícito con EEUU, está tejiendo e imponiendo lo que ya podemos denominar claramente como Lex Mercatoria.
Pero empecemos poniendo en contexto las declaraciones del socio de gobierno de Angela Merkel y su repentino ataque de sinceridad. El pasado julio tuvo lugar la ronda de negociación número 14. Ya indicábamos desde estas páginas que la negociación aparecía plagada de dificultades pero que, aun así, García Bercero, el jefe del equipo de la UE, había realizado una valoración positiva de los avances y de los acuerdos adoptados con EEUU. Mientras, el apoyo de Obama al tratado parecía inquebrantable, aunque es evidente que las americanas han pospuesto las decisiones importantes hasta la esperada elección de Hillary Clinton.
En este escenario, y sin que medie otra ronda de negociaciones, se han producido las declaraciones del ministro alemán. Las razones de las mismas debemos buscarlas por tanto fuera de la evolución del TTIP y atender a lo que ha estado ocurriendo en el escenario político alemán y europeo respecto de otro tratado, el CETA (UE-Canadá), cuya fase de ratificación está a punto de comenzar. Frente a lo que se preveía por elestablishment de la UE como una ratificación tranquila, el proceso para aprobar este acuerdo está generando muchas más dificultades de lo esperado y provocando más de un dolor de cabeza a los socialdemócratas europeos.
Así, debemos tener en cuenta que este verano en la usualmente poco progresista Baviera se han recogido suficientes firmas para obligar a su Parlamento a votar por referéndum el acuerdo con Canadá y esto está abriendo el debate sobre la posible no ratificación, ¡incluso en Alemania!! (en Bélgica esta posibilidad parece más que plausible). En Francia la situación no es muy halagüeña con asambleas como la de Córcega también votando contra TTIP y CETA.
En este escenario la maniobra de Sigmar, que en las horas siguientes a sus declaraciones ha recibido un rapapolvo de la canciller alemana y la Comisión Europea, es un intento de prestidigitación política en clave interna. La posición del Parlamento Europeo sobre el CETA depende de los socialdemócratas y el SPD es un actor clave sometido a muchas presiones. De hecho, Sigmar, afiliado al sindicato más grande del mundo, IG-Metal, está atrapado entre dos posturas y si el SPD se convierte en la llave para la aprobación del tratado con Canadá la factura política puede ser considerable de cara a las elecciones futuras. Lo mismo se puede decir de sus colegas galos, el clamor popular respecto del TTIP es cada vez más potente, la Asamblea Nacional ha elevado informes críticos y los socialdemócratas franceses temen la posible repercusión electoral de su apoyo al tratado.
En este escenario, las declaraciones sobre el TTIP no se basan en una deriva reciente de las negociaciones sino, en nuestra opinión, son una cortina de humo para opacar la posición de los socialdemócratas sobre el tema que realmente importa en este momento y que no es otro que la aprobación del CETA. Los socialdemócratas en Europa pretenden, y hasta ahora no han dicho lo contrario, dar su completo apoyo a la entrada en vigor de este tratado incluso antes de que se produzca la aprobación por los parlamentos estatales (la llamada aprobación provisional) y para ello necesitan una maniobra de distracción para sortear la crítica social que empieza a elevarse de manera cada vez más potente también respecto del CETA.
Merece la pena remarcar que el Acuerdo Económico y Comercial Global (CETA, por sus siglas en inglés) es un macroacuerdo negociado entre la Unión Europea y Canadá muy similar al TTIP, una antesala del mismo o incluso un preacuerdo con EEUU.
Como ocurre con el TTIP, el objetivo fundamental del CETA no es la reducción arancelaria, como ocurre en los tratados de comercio convencionales, sino la incidencia en las normativas de ambas partes. Así, sus efectos de mayor impacto no están en las fronteras, sino tras ellas. Además, como hemos repetido en numerosas ocasiones, la protección de las inversiones extranjeras y sus mecanismos cobran una importancia central en el tratado. Ambos aspectos tienen una amplia repercusión en la capacidad de legislar de las dos partes del acuerdo y en los niveles de protección de los derechos de la ciudadanía de los territorios afectados. Por añadidura, no podemos olvidar que el 81% de las empresas canadienses están vinculadas como filiales a empresas de los Estados Unidos, y en su mercado operan 42.000 empresas de los EEUU. Por este motivo el CETA no modifica únicamente las relaciones entre Canadá y la UE sino que abre las puertas a una realidad económica (la que integran EEUU y Canadá) mucho más amplia. Y para colmo ya sabemos, el texto del CETA, en el caso de aprobarse, se comportaría como un organismo en evolución permanente o un living agreement, porque el tratado introduce una elevada cantidad de vías para el desarrollo posterior (autónomo) de sus contenidos.
El tratado con Canadá constituye en realidad una pieza en el engranaje de tratados de libre comercio interconectados. Junto con el TTIP, se convierten en un eje entre Norteamérica y la Unión Europea; mientras que dentro del continente americano interactúa con el NAFTA (Tratado de libre comercio de América del Norte, firmado en 1991) y con el CUSFTA (Tratado de libre comercio entre Canadá y Estados Unidos, firmado en 1987); y por último, con el TPP (Tratado Transpacífico) que crea un área de libre comercio en el Pacífico que incluye países de América, Asia y Oceanía, pero excluye a China. Sin olvidar evidentemente el TiSA (Trade in Services Agreement).
Pero, más allá de lo que ocurra con estos megaacuerdos queremos remarcar que los mismos son solo la punta más reciente de un enorme iceberg compuesto por un entramado cada vez más extenso y complejo de acuerdos comerciales y tratados bilaterales de inversión o de asociación económica, en vigor o en vías de negociación. Se trata de un conjunto de tratados que llevan décadas tejiéndose en dirección norte-sur y que no son sólo instrumentos de regulación comercial, sino elementos ya imprescindibles de la política exterior de la Unión Europea. En este sentido, es importante recordar que la UE ha negociado y está negociando de forma intensa tratados comerciales de diverso tipo con el resto del mundo, como con Corea o Japón, e intenta otros desde hace tiempo como con Mercosur, una negociación que parece que el golpista Temer pretende abrir.
Y frente a toda esta barbarie en forma de tratado comercial, ¿es cierto que este mes de septiembre vamos a ver a la socialdemocracia europea mover sus palancas de poder en Bruselas para “dar un parón” al acuerdo con los EEUU? ¿Y con el resto?
Sólo el tiempo [un mes] nos lo dirá, pero está claro que la lucha de poder en el seno de Europa muestra todo su esplendor. Las luchas entre centro y periferia (Bruselas versus Estados miembros) y la lucha entre las familias europeístas (socialdemócratas versus liberal-conservadores) se exprimen en todos los campos: en el Consejo Europeo, en las negociaciones del TTIP, en las reformas del mercado de trabajo o incluso en luchas entre grupos de Estados (nuevos Estados versus la vieja Europa). En esas fricciones es importante que los movientes sociales que luchan contra la lógica de estos tratados, y de su desregulación, sepan leer las maniobras políticas de distracción y de cálculo electoral que son en gran medida meros posicionamientos partidistas de cara a las próximas elecciones en Francia y Alemania.
Por todo lo anterior, la receta sigue siendo la misma. Hay que mantener la movilización y seguir repitiendo que no queremos ni CETA, ni TTIP, ni TiSA, pero tampoco los tratados que someten a los países de América Latina, Asia o África a la tiranía impuesta por la vía de la política comercial de la UE y de EEUU. Nos espera un otoño de acción que ya no es europeo, es global y es imprescindible.
El pasado domingo a mediodía el presidente del SPD y vicecanciller Sigmar Gabriel declaraba que después de 14 rondas de negociación el acuerdo de comercio e inversión (TTIP) que está negociándose entre EEUU y la Unión Europea “ha fallado”. Estas palabras han levantado una polvareda de opiniones, artículos e incluso felicitaciones por una supuesta “buena noticia” de la mano del SPD. ¿Hemos ganado la partida frente al TTIP y no nos hemos dado cuenta? ¿Va a conseguir el SPD un cambio de posición del grupo socialdemócrata en el Parlamento Europeo capaz de mover a la Eurocámara hacia el rechazo del TTIP? ¿Acaso Merkel (que en el mes de junio recibía a Obama y se conjuraban juntos para impulsar el acuerdo) ha cambiado de opinión? Sin dejarnos tiempo para contestar estas preguntas, a las declaraciones de Sigmar se han añadido las manifestaciones del secretario de Comercio Exterior del Gobierno francés, Matthias Fekl, que anuncia la demanda de suspensión ante las autoridades europeas para este mes de septiembre. ¿Realmente estamos en manos de los socialistas franceses y alemanes, esperando que a estas alturas del debate den el toque de gracia al TTIP?
No, no vamos a dar las gracias a los socialistas europeos por una victoria que, creemos, sería en todo caso una cortina de humo. Y mantenemos esta postura porque consideramos que el problema no es solo ni mucho menos el TTIP. El acuerdo con Estados Unidos es la punta del iceberg de una amplia red de tratados comerciales mediante los cuales la UE, en partenariado implícito con EEUU, está tejiendo e imponiendo lo que ya podemos denominar claramente como Lex Mercatoria.
Pero empecemos poniendo en contexto las declaraciones del socio de gobierno de Angela Merkel y su repentino ataque de sinceridad. El pasado julio tuvo lugar la ronda de negociación número 14. Ya indicábamos desde estas páginas que la negociación aparecía plagada de dificultades pero que, aun así, García Bercero, el jefe del equipo de la UE, había realizado una valoración positiva de los avances y de los acuerdos adoptados con EEUU. Mientras, el apoyo de Obama al tratado parecía inquebrantable, aunque es evidente que las americanas han pospuesto las decisiones importantes hasta la esperada elección de Hillary Clinton.
En este escenario, y sin que medie otra ronda de negociaciones, se han producido las declaraciones del ministro alemán. Las razones de las mismas debemos buscarlas por tanto fuera de la evolución del TTIP y atender a lo que ha estado ocurriendo en el escenario político alemán y europeo respecto de otro tratado, el CETA (UE-Canadá), cuya fase de ratificación está a punto de comenzar. Frente a lo que se preveía por elestablishment de la UE como una ratificación tranquila, el proceso para aprobar este acuerdo está generando muchas más dificultades de lo esperado y provocando más de un dolor de cabeza a los socialdemócratas europeos.
Así, debemos tener en cuenta que este verano en la usualmente poco progresista Baviera se han recogido suficientes firmas para obligar a su Parlamento a votar por referéndum el acuerdo con Canadá y esto está abriendo el debate sobre la posible no ratificación, ¡incluso en Alemania!! (en Bélgica esta posibilidad parece más que plausible). En Francia la situación no es muy halagüeña con asambleas como la de Córcega también votando contra TTIP y CETA.
En este escenario la maniobra de Sigmar, que en las horas siguientes a sus declaraciones ha recibido un rapapolvo de la canciller alemana y la Comisión Europea, es un intento de prestidigitación política en clave interna. La posición del Parlamento Europeo sobre el CETA depende de los socialdemócratas y el SPD es un actor clave sometido a muchas presiones. De hecho, Sigmar, afiliado al sindicato más grande del mundo, IG-Metal, está atrapado entre dos posturas y si el SPD se convierte en la llave para la aprobación del tratado con Canadá la factura política puede ser considerable de cara a las elecciones futuras. Lo mismo se puede decir de sus colegas galos, el clamor popular respecto del TTIP es cada vez más potente, la Asamblea Nacional ha elevado informes críticos y los socialdemócratas franceses temen la posible repercusión electoral de su apoyo al tratado.
En este escenario, las declaraciones sobre el TTIP no se basan en una deriva reciente de las negociaciones sino, en nuestra opinión, son una cortina de humo para opacar la posición de los socialdemócratas sobre el tema que realmente importa en este momento y que no es otro que la aprobación del CETA. Los socialdemócratas en Europa pretenden, y hasta ahora no han dicho lo contrario, dar su completo apoyo a la entrada en vigor de este tratado incluso antes de que se produzca la aprobación por los parlamentos estatales (la llamada aprobación provisional) y para ello necesitan una maniobra de distracción para sortear la crítica social que empieza a elevarse de manera cada vez más potente también respecto del CETA.
Merece la pena remarcar que el Acuerdo Económico y Comercial Global (CETA, por sus siglas en inglés) es un macroacuerdo negociado entre la Unión Europea y Canadá muy similar al TTIP, una antesala del mismo o incluso un preacuerdo con EEUU.
Como ocurre con el TTIP, el objetivo fundamental del CETA no es la reducción arancelaria, como ocurre en los tratados de comercio convencionales, sino la incidencia en las normativas de ambas partes. Así, sus efectos de mayor impacto no están en las fronteras, sino tras ellas. Además, como hemos repetido en numerosas ocasiones, la protección de las inversiones extranjeras y sus mecanismos cobran una importancia central en el tratado. Ambos aspectos tienen una amplia repercusión en la capacidad de legislar de las dos partes del acuerdo y en los niveles de protección de los derechos de la ciudadanía de los territorios afectados. Por añadidura, no podemos olvidar que el 81% de las empresas canadienses están vinculadas como filiales a empresas de los Estados Unidos, y en su mercado operan 42.000 empresas de los EEUU. Por este motivo el CETA no modifica únicamente las relaciones entre Canadá y la UE sino que abre las puertas a una realidad económica (la que integran EEUU y Canadá) mucho más amplia. Y para colmo ya sabemos, el texto del CETA, en el caso de aprobarse, se comportaría como un organismo en evolución permanente o un living agreement, porque el tratado introduce una elevada cantidad de vías para el desarrollo posterior (autónomo) de sus contenidos.
El tratado con Canadá constituye en realidad una pieza en el engranaje de tratados de libre comercio interconectados. Junto con el TTIP, se convierten en un eje entre Norteamérica y la Unión Europea; mientras que dentro del continente americano interactúa con el NAFTA (Tratado de libre comercio de América del Norte, firmado en 1991) y con el CUSFTA (Tratado de libre comercio entre Canadá y Estados Unidos, firmado en 1987); y por último, con el TPP (Tratado Transpacífico) que crea un área de libre comercio en el Pacífico que incluye países de América, Asia y Oceanía, pero excluye a China. Sin olvidar evidentemente el TiSA (Trade in Services Agreement).
Pero, más allá de lo que ocurra con estos megaacuerdos queremos remarcar que los mismos son solo la punta más reciente de un enorme iceberg compuesto por un entramado cada vez más extenso y complejo de acuerdos comerciales y tratados bilaterales de inversión o de asociación económica, en vigor o en vías de negociación. Se trata de un conjunto de tratados que llevan décadas tejiéndose en dirección norte-sur y que no son sólo instrumentos de regulación comercial, sino elementos ya imprescindibles de la política exterior de la Unión Europea. En este sentido, es importante recordar que la UE ha negociado y está negociando de forma intensa tratados comerciales de diverso tipo con el resto del mundo, como con Corea o Japón, e intenta otros desde hace tiempo como con Mercosur, una negociación que parece que el golpista Temer pretende abrir.
Y frente a toda esta barbarie en forma de tratado comercial, ¿es cierto que este mes de septiembre vamos a ver a la socialdemocracia europea mover sus palancas de poder en Bruselas para “dar un parón” al acuerdo con los EEUU? ¿Y con el resto?
Sólo el tiempo [un mes] nos lo dirá, pero está claro que la lucha de poder en el seno de Europa muestra todo su esplendor. Las luchas entre centro y periferia (Bruselas versus Estados miembros) y la lucha entre las familias europeístas (socialdemócratas versus liberal-conservadores) se exprimen en todos los campos: en el Consejo Europeo, en las negociaciones del TTIP, en las reformas del mercado de trabajo o incluso en luchas entre grupos de Estados (nuevos Estados versus la vieja Europa). En esas fricciones es importante que los movientes sociales que luchan contra la lógica de estos tratados, y de su desregulación, sepan leer las maniobras políticas de distracción y de cálculo electoral que son en gran medida meros posicionamientos partidistas de cara a las próximas elecciones en Francia y Alemania.
Por todo lo anterior, la receta sigue siendo la misma. Hay que mantener la movilización y seguir repitiendo que no queremos ni CETA, ni TTIP, ni TiSA, pero tampoco los tratados que someten a los países de América Latina, Asia o África a la tiranía impuesta por la vía de la política comercial de la UE y de EEUU. Nos espera un otoño de acción que ya no es europeo, es global y es imprescindible.
Adoración Guamán es Profesora titular de Derecho del Trabajo en la Universitat de València. Autora de “TTIP, el asalto de las multinacionales a la democracia”, publicado en la editorial Akal en 2015.
Pablo Sánchez Centellas Co-coordinador de Iniciativa Ciudadana Europea
Primero en CTXT
* Crónica agradece a la autora poder compartir su opinión con nuestros lectores, por medio de ATTAC
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