¿Qué hacemos con la violencia machista? Por Beatriz Gimeno ¿Qué hacemos con la violencia machista? Por Beatriz Gimeno
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¿Qué hacemos con la violencia machista? Por Beatriz Gimeno


Ya sabemos definirla y hemos conseguido que su condena esté muy extendida. Pero también sabemos que en este tipo de crímenes el castigo no es disuasorio. ¿Cómo seguimos avanzando? ¿Estamos de acuerdo en qué instituciones, prácticas y lenguajes construyen esas masculinidades capaces de agredir, de violar, de matar?


No solo continuamos con la cadencia imperturbable de asesinatos machistas, semana tras semana, sino que ahora se suma la certeza de que las agresiones sexuales, las violaciones, son mucho más frecuentes de lo que quizá algunxs pensaban. En las fiestas de los pueblos, parece que la cosa se agrava por las razones conocidas: la pandilla, el alcohol, la ocupación del espacio público por parte de las mujeres, los controles sociales se relajan, etc. Cada pocos días hay un asesinato machista y cuando eso ocurre tiembla todo en el mundo feminista. Lo condenamos, nos movilizamos, sacamos un comunicado que es igual que el anterior y en el que sólo hemos cambiado el nombre de la asesinada; las instituciones guardan minutos de silencio; todas inundamos las redes con nuestra inmensa rabia. Pero habrá otro asesinato, y otro, quizá mañana mismo, a mucho tardar.

Las feministas conseguimos un importante éxito cuando logramos politizar la violencia machista y que ésta dejara de ser considerada un asunto privado, doméstico, para pasar a ser sistémico y político. La razón de esta violencia no estaba en problemas particulares de los hombres violentos sino en relaciones sociales de desigualdad. Al politizar la violencia, las feministas también conseguimos definir las necesidades asociadas a la lucha contra esa violencia; las necesidades de las mujeres maltratadas en primer lugar. En el camino, hemos acuñado nuevos términos, discursos, nuevas interpretaciones, espacios e instituciones. La lucha contra la violencia tiene que seguir, obviamente; esta violencia no se puede normalizar porque la violencia machista es, sin duda, uno de los grandes temas del feminismo. Pero no bajar la guardia no implica no detenerse un momento a pensar dónde estamos y hacia dónde vamos. Si nos detenemos un momento y miramos alrededor, nos daremos cuenta de que en España la conceptualización de la violencia machista ha sido especialmente exitosa. Aunque esta violencia nos parece brutal (siempre lo es) España es un país con bajas tasas de asesinatos por violencia machista de entre aquellos que los registran (en aquellos que ni siquiera la contabilizan es posible suponer que el machismo es mayor)

Dice Rita Segato, refiriéndose al contexto latinoamericano que, en el caso de la violencia contra las mujeres, nunca hubo tantas leyes de protección, nunca hubo tanta capacidad de denuncia, leyes, políticas públicas, instituciones, pero que la violencia letal, lejos de disminuir, aumenta. En Europa ocurre lo mismo, las leyes parecen no ser efectivas. Países como los nórdicos, con educación, recursos, y años de políticas públicas feministas a sus espaldas, tienen un mayor número de asesinatos por violencia machista y de violaciones. Suele argüirse que en los países nórdicos no es que haya más violencia sino que se denuncia más. No lo creo. Esto podría ser cierto respecto a la violencia que no termina en asesinato, pero los asesinatos machistas en España se contabilizan todos (aunque sea de manera oficiosa), son los que son, y son menos que los que ocurren en países nórdicos.

En España, además, la tasa de impunidad para los asesinos es muy pequeña, casi nula, y existen políticas públicas (menguan con el PP y aumentan cuando gobierna la izquierda) destinadas a atender las necesidades de las mujeres víctimas de esta violencia. En relativamente poco tiempo se ha conseguido cambiar la actitud de la policía, de los tribunales (con horribles excepciones), de la clase política, así como el sentido común acerca de esta violencia. En pocos países del mundo la violencia machista figura en la agenda política, aparece en las noticias y genera tanto rechazo social como en éste. Ya sabemos qué es la violencia machista, ya sabemos definirla y hemos conseguido que esté la condena esté muy extendida, así como el castigo efectivo. Pero también hemos visto –y los expertos nos han avisado- que ningún castigo va a frenar esta violencia. En este tipo de crímenes el castigo no es disuasorio. Por otra parte, teniendo en cuenta que la violencia parece que está aumentando, no parece realista pensar que se pueda poner un policía detrás de cada mujer amenazada por mucho que tengamos que seguir exigiendo un mayor compromiso policial.

¿Qué pasa entonces? ¿Y cómo afrontarlo? Lo cierto es que aunque no hay que dejar de hacer ninguna de las cosas que venimos haciendo, aunque hay que hacer más y tenemos que exigir más, nada de esto va a acabar con la violencia. Habrá violencia machista mientras haya desigualdad y haya lucha por la igualdad, porque esta violencia es la encargada de controlar que dicha desigualdad se mantenga. Llevamos décadas incidiendo en la igualdad formal, en la autonomía económica, en la educación formal, en el derecho al aborto, asuntos absolutamente imprescindibles. Pero la igualdad formal, la igualdad material, por sí sola no reduce la violencia, como lo demuestra esas altísimas cifras de violencia de países más igualitarios que el nuestro donde se hace todo lo que decimos que hay que hacer. La violencia no cesa y ni siquiera disminuye, y por el contrario vemos como, a pesar de lo bien que la hemos definido, los chicos y chicas jóvenes no saben siquiera identificarla. Además, las campañas se dirigen a las víctimas, se les pide que se protejan a sí mismas, la responsabilidad sigue siendo suya. Nos indignamos con razón pero, ¿cuál es la alternativa?

La alternativa, obviamente, es dirigirnos a los agresores. "No seas un macho patriarcal, no cosifiques a las mujeres, no las veas como un objeto que te pertenece y que está para ti, como un objeto follable, considéralas tus iguales". Y eso, ¿cómo se enseña? Y al contrario, ¿cómo y dónde aprenden los chicos que las mujeres son objetos sexuales, follables, apropiables, que están en el mundo para hacerles a ellos la vida agradable? Nosotras mismas, feministas, aunque de sobra sabemos que la violencia no surge de la nada, sino que es el resultado no sólo de la desigualdad formal, sino fundamentalmente de la desigualdad simbólica, de la construcción de las subjetividades generizadas, hemos dejado de incorporar ese conocimiento a nuestra lucha cotidiana contra ella. A veces parecemos olvidar que la lucha no es contra la violencia, sino contra el sistema del que la violencia es sólo la consecuencia inevitable. La causa última de la violencia es una desigualdad que se apoya en una jerarquización valorativa de mujeres y hombres, y es también una determinada estructura de la subjetividad masculina. Para poder hacer frente de verdad a la violencia hay que combatir, deconstruir, las masculinidades tradicionales, construir otras basadas en la empatía, en el cuidado, en la igualdad, en la reciprocidad. Sin eso, no haremos nada. Y volvemos: ¿y eso cómo se hace?

Los asesinatos machistas y las violaciones no son actos de perturbados, no son anomalías sociales sino expresiones de una estructura simbólica profunda que organiza los pensamientos y los actos. Los mensajes que se intercambiaban los amigos de los violadores de Pamplona no son obra de locos sino de una pandilla masculina como hay millones. De hecho, la manera de hablar, de cosificar y de follar simbólicamente a las mujeres, es la manera normal en que los chicos utilizan a las chicas para relacionarse entre ellos en las pandillas masculinas. Compartir la posibilidad de follar a una mujer, cosificarla al máximo, es un lenguaje que comparten, les hace hombres, es el lenguaje de la fratría que, en momentos determinados, puede convertirse en jauría. La mayoría de los adolescentes, de los chicos, que usan entre ellos ese lenguaje no violarán a nadie y, desde luego, no lo harían solos. Hay frenos sociales que impiden llegar a la violación o el asesinato, pero el lenguaje, la construcción generizada, la construcción de las mujeres como objeto, las subjetividades violentas están ahí; y hay momentos en que los frenos sociales se relajan o se rompen por la razón que sea, en guerras, en fiestas, cuando el objeto se rebela… No hay una causa concreta para esta violencia y lo sabemos. No hay causa y efecto, o sería muy fácil, sino que como dice Segato, lo que hay es un universo de sentidos entrelazados.

¿Percibimos de la misma manera, todos y todas ese universo de sentidos entrelazados? ¿Lo percibimos igual siquiera todas las feministas? ¿Estamos de acuerdo en qué instituciones, prácticas, pensamientos, lenguajes… construyen esas masculinidades capaces de agredir, de violar, de matar?

 ¿Estamos de acuerdo acerca de en qué instituciones formales e informales, en que instancias simbólicas, se produce y se reafirma la desigualdad y, por tanto, la violencia simbólica? ¿Sabemos cómo incidir en ellas? ¿Queremos hacerlo? 

La normalización social de la cosificación de los cuerpos de las mujeres, mayor que nunca hoy día, en la publicidad, la moda, la prostitución, los videojuegos, la pornografía, la medicina, las técnicas reproductivas, las tecnologías de modificación corporal, la cultura en general… ¿nada de esto influye? ¿Esa cosificación no tiene ninguna importancia en la construcción social y sexual de de las subjetividades generizadas, es decir, del género jerárquicamente valorado? La mayoría de las chicas/chicos han naturalizado todas estas instancias de tal manera que, junto con la idea omnipresente de que la igualdad es ya un hecho, están convencidos de que todo eso no tiene nada que ver con la desigualdad, ni con la jerarquía de valor entre los sexos; incluso muchas feministas han terminado estando de acuerdo con esto. Hay incluso un feminismo que se detiene en la igualdad formal pero que se niega a percibir tales instancias como instituciones patriarcales o como espacios de reproducción subjetiva del mismo, de reconstrucción permanente del género, de la heteronormatividad y de la masculinidad tradicional. El cuestionamiento político de la estructura de desigualdad patriarcal está desaparecido en muchos ámbitos incluso feministas y ha sido sustituido por una clara reivindicación de espacios de individualidad que despolitizan las instituciones e invisibilizan las estructuras. Y todo eso se hace aun cuando las chicas estén todas en un lado y los chicos en otro, y aunque los dos lados sostengan hacia fuera y hacia dentro valores sociales muy diferentes y construyan subjetividades diametralmente opuestas en términos de poder.

Hay que recordar aún que el empoderamiento personal de algunas (o de muchas) mujeres, que el sistema ahora sí permite, no implica el empoderamiento de todas sino que, al contrario, el empoderamiento de algunas puede servir como pantalla que oculte el fortalecimiento de estructuras profundas de desigualdad. Sin prefigurar en absoluto la solución a cuestiones que son muy complejas y dejando claro que de lo que digo no quiero que se infiera que estoy a favor de la prohibición de nada de lo dicho, me permitió repetir la pregunta: ¿nada de lo mencionado antes tiene absolutamente nada que ver con la construcción simbólica de la masculinidad hegemónica, de la cosificación femenina y del reparto de poder simbólico? ¿Nada? Que todos los varones del mundo, por ejemplo, crezcan sabiendo que por el hecho de ser varones tienen el privilegio del acceso ilimitado a cuerpos femeninos ¿no tiene ninguna importancia en la manera en la que los adolescentes se piensan a sí mismos y piensan las relaciones con las chicas? La pornografía mainstream, ¿no tiene nada que ver con la manera en que los adolescentes imaginan las relaciones sexuales con las mujeres? Qué la publicidad, la moda, la cultura en general, nos presente cada vez de manera más acusada como cuerpos a disposición del deseo masculino, ¿no hace nada en la construcción de éste?

¿Cómo podemos las mujeres afirmarnos como sujetos iguales (y sexuales) en un universo cosificador cada vez más aplastante? ¿Cómo van a aprender los chicos que somos iguales si nada en la cultura popular nos presenta como iguales y si su construcción genérica sigue dependiendo de su capacidad para cosificar a las chicas? ¿Cómo lo hacemos? ¿Defendiendo nuestra capacidad de elección únicamente?

No tengo la respuesta, pero el otro día, viendo la película francesa La belle saison,  pensé que las feministas de los 70 fueron extraordinariamente radicales y valientes y se atrevieron a cuestionar cosas que ahora no nos atreveríamos siquiera a plantear.


* Beatriz Gimeno es Diputada de Podemos. Activista social y feminista por la diversidad sexual y por los derechos de las personas con discapacidad. Ha publicado dos libros de relatos, dos novelas, tres ensayos y dos poemarios. Escribe habitualmente en elplural.com, elciudadano.cl, pikaramagazine o eldiario.es, o público así como en otros periódicos y revistas. Forma parte también del grupo Econonuestra.

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