La estructura del sistema financiero internacional hipertrofiado está gravemente socavada y encierra múltiples minas explosivas. Hay que señalar que no hay salida ordenada y controlada a esta situación y remarcar al mismo tiempo que mientras no se descargue la burbuja financiera el mundo capitalista no entrará en otra fase de normalidad. La descarga, añado, no será "pacífica".
Intervención en la mesa redonda sobre cómo reaccionar ante una próxima crisis global en el Foro internacional "No Euro", celebrado en Chianchano Terme (Italia) del 16-18 septiembre 2016.
Por motivos profesionales y políticos sigo con interés la evolución del sistema financiero internacional. Aparte de leer los libros que se consideran básicos, reviso regularmente los informes de los principales organismos internacionales como el FMI, el Banco Mundial, el BCE o el banco de Basilea. Son innumerables las páginas de Internet dedicadas al tema.
La calidad de los análisis y el prestigio intelectual de tantos especialistas e instituciones conducen a pensar que hay un clima, una percepción, de que la situación es extremadamente inestable, que el sistema es muy vulnerable y que está en una posición insostenible, tomando esta palabra en su estricta literalidad: que puede ocurrir una conmoción en cualquier momento, sin perjuicio de que nadie se atreve a pronosticar cuándo puede desencadenarse una crisis, cual puede ser el origen de la misma y cuáles serán sus consecuencias finales, algo que está en la naturaleza del problema por su gran complejidad y profundas interrelaciones. La vertiente financiera de la economía ha cobrado tales dimensiones y tanta autonomía que las crisis arrastrarán a las economías reales de los países a desastres insospechados.
Cabe añadir que nadie ve condiciones para poner remedio a los tsunamis que se avecinan. Algunos ingenuamente hablan de la necesidad de una regulación global de las finanzas internacionales, pero con todo realismo se sabe que ello es imposible por la magnitud y características del desorden construido, cuando además las tendencias desreguladoras siguen dominando. No hay solución posible.
La razón de fondo fundamental es que la crisis financiera internacional de 2008 ocasionada en septiembre de aquel año por la quiebra del banco norteamericano Lehman Brothers no se ha superado aún, y lo que es peor, las soluciones que se han dado han venido a incrementar los balances financiaros de los agentes económicos, empresas, instituciones financieras, bancos de todo tipo, incluidos los bancos centrales y los estados. Si en 2008 la masa monetaria mundial (un indicador financiero) representaba el 103% del PIB mundial, en 2016 se estima en 126%. Se registran además unas corrientes de flujos financieros intensas que nada tienen que ver con la actividad económica, la producción y los intercambios internacionales de mercancías y servicios.
Si en 2008 ya se sabía que una enorme burbuja financiera se había instalado sobre la economía real, y por tanto que cuando estallase arrastraría al capitalismo a una grave crisis, se puede afirmarse que la burbuja ha seguido inflándose, y por tanto que cuando sobrevengan nuevas conmociones todo será más grave y más peligroso para el sistema capitalista.
La razón última es que, por decirlo gráficamente, la sed de liquidez del sistema una vez sobrevenida la crisis se ha apagado con agua de mar. Inyectándose liquidez se puede contener y demorar una crisis financiera, pero con el riesgo ineludible de alimentar la próxima que tendrá unas dimensiones más enormes y destructivas. Como dato básico de tal evolución hay que considerar el crecimiento de la base monetaria que han desarrollado todos los bancos centrales, desde la Reserva federal, el BCE, los bancos de China, Japón y los de otros países emergentes.
La base monetaria (la liquidez proporcionada por los bancos centrales) es el fundamento de toda la actividad financiera y se puede considerar como el vértice de la pirámide invertida en que descansa el monumental desarrollo de todas las magnitudes monetarias, crediticias y financieras. Se llega a decir que el mundo descansa sobre la cabeza del alfiler de la base monetaria, y si en 2007 esa base se estimaba en 2,5 billones de euros, en el corto plazo de 8 años ha pasado a ser de más de 7 billones, a lo que han contribuido todos los bancos centrales con particular intensidad la Reserva federal norteamericana.
La brecha pues entre los intercambios reales con la actividad financiera y entre el montante de los activos y pasivos financieros y el volumen de la producción se ha abierto tan peligrosamente que se puede afirmar que entre los estudiosos, especialistas y responsables de todo el mundo, y con pocas diferencias por razón de ideología, nadie da por descartada una próxima gran crisis financiera mundial, más grave que la anterior.
Cada balance de toda unidad económica es una carta en el castillo de naipes de la construcción financiera, pero también encierra un enigma sobre de la situación objetiva de cada unidad. En el lado del activo, se contabilizan los derechos cuyo valor se intenta mantener y rentabilizar, si todo marcha con normalidad. En el pasivo las obligaciones, cuyo incumplimiento repercute en los activos del resto, formándose una cadena interminable e interrelacionada en la que la ruptura de un eslabón, o la caída de una carta, origina un agujero que desequilibra todo el entramado. Ahora, con respecto a 2008, el volumen global de los balances es considerablemente más elevado y susceptible de desgarros mayores y más frecuentes.
La globalización financiera que ha tenido lugar y su desarrollo insólito y desproporcionado ha cambiado el funcionamiento del capitalismo, si bien no ha modificado su naturaleza. Esta viene determinada por la extracción de la plusvalía, pero en la apropiación del excedente y su distribución entre los capitales se ha generado una masa enorme de capital especulativo y parasitario que no contribuye un ápice al aumento de la plusvalía pero que reclama su parte con los mismos derechos que el capital productivo y comercial.
Todas las agresiones contra los trabajadores para aumentar la plusvalía no puede equilibrar el disparatado incremento del capital de cualquier naturaleza implicado en el funcionamiento del sistema. Ése es el trasfondo de la gran crisis pendiente. Mientras no se desinfle la burbuja financiera, el apalancamiento general de todos los agentes económicos (la baja relación entre los activos del balance y los recursos propios comprometidos), no entrará el capitalismo en una fase de normalidad. Como ello tendrá que ocurrir a través de convulsiones incontroladas, esa normalidad no pueda lograrse sin que previamente tengan lugar unas conmociones destructivas cuyo desenlace final en términos históricos está por determinarse.
No se ha hablado en ningún momento de la lucha de clases pero el desenlace no será nunca ajeno a ellas, sin perjuicio de la pérdida de impulso de la lucha de los trabajadores y el gran retroceso ideológico de la izquierda.
Todo cuanto he dicho tiene su traducción lineal para Europa, con el agravante para los pueblos europeos que el cáncer financiero que sufre el capitalismo se ha desarrollado en particular como una metástasis en Europa a partir de la creación del euro. Por decirlo de otra manera: con independencia de la evolución del capitalismo a escala mundial, la Europa de Maastricht había creado unas condiciones propias para el desarrollo de unos desequilibrios financieros insostenibles, que camuflados en los caudalosos flujos internacionales no habían querido analizarse en su especificidad. Lo desequilibrios de las balanzas de pagos de algunos países como Grecia, Portugal o España, que llegaron a representar entre el 10 y el 15% del PIB, debían de haber constituido poderosas llamadas de atención a la crisis que sobrevino después de la crisis financiera que desató Lehman Brothers.
Las vicisitudes que ha recorrido Europa desde entonces son propias, pero ha compartido con el resto la solución de apagar la sed con inyecciones crecientes de liquidez por parte del BCE y cuando sucedan acontecimientos incontrolables se verá arrastrada por las convulsiones que tengan lugar.
En estos días tan desgraciados para Italia, cuando se viven la secuelas del terremoto de Amatrice, próximo a donde estamos, cabe recordar que hay zonas geográficas situadas sobre placas tectónicas proclives a estos fenómenos. Se tiene de ello un conocimiento científico, pero limitado, puesto que siendo expresión de la naturaleza es imposible pronosticar el cuándo, el lugar exacto y la intensidad de los movimientos de la tierra, todo lo cual no anula el hecho de que unas poblaciones están sometidas a riesgos mucho mayores que otros rincones del mundo.
Por una equiparación traída a cuento del objetivo de esta mesa, cabe decir que hay situaciones económicas con diferencias sustanciales sobre la propensión a que se desencadenen crisis. Pues bien, la economía mundial está en estos momentos en unas condiciones de extrema vulnerabilidad, por lo ya explicado que intensos nubarrones financieros están por descargar. O, si se quiere de otro modo expresado, en la actualidad el capitalismo se asienta sobre unas placas tectónicas cuyos fricciones y ajustes originarán problemas enormes. Sin embargo, es muy difícil predecir cuál será el origen, el epicentro del próximo terremoto y las repercusiones finales que tendrá. Si sabemos, en cambio, que no tardará mucho en tener lugar. Hay una gran acumulación de análisis, especulaciones y pronósticos que nos avisan que puede ser bastante inmediata, al punto de que algunos autores señalan ya que desde estos momentos podría desatarse la crisis o el colapso que se avecina.
En todo caso, hay que destacar aspectos de una realidad inquietante, cualquiera de ellos susceptible de provocar lo que ya se entiende como la tormenta perfecta.
Por ejemplo, hay intensas variaciones en las cotizaciones de las monedas de los distintos bloques económicos, el dólar frente al euro, o el yen japonés o yuan chino, que no se explican únicamente por los saldos comerciales, sino que dependen de otras razones entre las cuales están los intereses económicos y políticos de dichos bloques. Las monedas se han convertido en armas de una guerra larvada y son utilizadas con mayor profusión que en los años 30 durante el periodo en que las devaluaciones competitivas eran parte esencial de la política económica. Esas variaciones inexplicadas generan inestabilidad en el sistema monetario internacional, dan lugar a importantes movimientos de capital especulativos y ocasionan desequilibrios insoportables en muchos balances de los agentes económicos.
Estamos viviendo una época insólita de tipos de interés bajos, por lo decir nulos, cuando no negativos (se pagan intereses por prestar). La política monetaria ha dejado de ser efectiva en su sentido expansivo y para intentar recuperar su capacidad como instrumento de la política económica en manos tendrán que elevarse los tipos, para poder también bajarse. Pero tal elevación, teniendo en cuenta los niveles de endeudamiento, incluidos los estados y las economías emergentes, puede provocar conmociones imponderables. Así se explica que la Reserva federal venga anunciando desde hace tiempo un alza de los tipos pero la posterga una y otra vez, sin atreverse a dar los primeros pasos en esa dirección.
La caída del precio del petróleo, que puede calificarse de brutal, responde sin duda a luchas y estrategias muy complejas, pero ha generado ya peligros inminentes de hundimiento de empresas dedicadas al "fracking", que han comprometido inmensas inversiones normalmente a través de una financiación por apalancamiento. Se estima en hasta 5 billones de dólares los bonos emitidos por esas empresas que bordean la calificación de "bonos basura", que se amplían a los bonos de otras muchas empresas multinacionales y de los países emergentes. Si la espoleta de la crisis de 2008 fueron las hipotecas "subprime, se vaticina que serán los bonos basura el origen de la próxima.
Se sabe que muchos sistemas crediticios, entre ellos el de Italia, requieren de rescate con fondos que no están disponibles, y que algunos bancos que tienen un balance mucho mayor que el de Lehman Brothers están en serias dificultades.
Se habla siempre de que está pendiente una crisis del dólar, en la medida en que la moneda americana ha inundado al mundo y constituye todavía una parte importante de las reservas que mantienen otros países. China, como es conocido, financia a Estados Unidos.
Cabría igualmente mencionar la inestabilidad geopolítica general, con guerras incluidas, algunas en el corazón de la propia Europa, como en Ucrania, que constituyen un factor de riesgo económico extraordinario.
La propia Europa, crea también otro foco de inestabilidad, cuando nadie está en condiciones de pronosticar cuál será el destino final de la Europa de la moneda única. El brexit puso los pelos de punta a los mercados de valores, como antes los acontecimientos de Grecia y los rescates de España y Portugal.
En fin, como puede valorarse, la estructura del sistema financiero internacional hipertrofiado está gravemente socavada y encierra múltiples minas explosivas. Hay que señalar que no hay salida ordenada y controlada a esta situación y remarcar al mismo tiempo que mientras no se descargue la burbuja financiera el mundo capitalista no entrará en otra fase de normalidad. La descarga, añado, no será "pacífica".
¿Qué hacer? Se podría decir que hasta ahora no me he centrado en el objetivo de esta mesa de debate. Que no he dicho nada positivo sobre cómo debe afrontar la izquierda rupturista que representamos la crisis pendiente. Baste como atenuante tomar en consideración todo lo indicado sobre la imposibilidad de saber por dónde se iniciará el incendio y cuál es la velocidad a la que puede transmitirse.
No obstante, voy a intentar en los minutos finales hacer alguna reflexión.
En primer lugar, como no está en manos de nadie impedir o evitar las tormentas financieras, menos en las nuestras, y como es deseable la explosión de la burbuja financiera, hemos de constituirnos en observadores interesados en los acontecimientos que se produzcan.
El espectáculo que nos dará el capitalismo, como un gran castillo de fuegos artificiales, puede tener tal luminosidad que hemos de aprovecharlo para denunciar el sistema y obtener rendimientos ideológicos del desastre. (Desde luego, la brecha que se ha abierto entre los gestores, estos últimos nunca pierden, y los propietarios finales de los fondos especulativos, impedirá ver como en la crisis del año 29 a los arruinados saltar por las ventanas de los rascacielos de Nueva York).
Lo que ocurra con la explosión de la burbuja no debería preocuparnos, excepto, claro, que la crisis financiera arrastrará a las economías a nuevas conmociones que afectarán a los ciudadanos de los países implicados. Los fondos públicos no deben dedicarse a restañar las quiebras financieras como sucedió a partir de 2008, donde la implicación de los Estados para contener la hemorragia de las heridas de la crisis, originó posteriormente la socialización de pérdidas privadas y el insólito crecimiento de los déficits públicos y la deuda pública, plataforma en la que se ha sustentado la política de austeridad en los últimos años.
Por el contrario, los fondos públicos deben dedicarse a salvaguardar las empresas a través de las ayudas que sean necesarias para que no se destruya el aparato productivo de los países. Lo que se destruye en el terreno financiero no tiene ningún valor, es como humo, mientras que la capacidad productiva material y el empleo, es fuente de renta y riqueza. Ahora bien, todas las ayudas deben tener como condición que han de transformarse en aportaciones de capital público al capital privado de las empresas ayudadas o intervenidas.
La crisis, sin significar un salto al socialismo, puede implicar una gran intromisión del estado en la economía productiva, facilitando en el futuro una buena plataforma para el control y la intervención del estado en la economía. Nada de ayudas gratuitas o a fondo perdido para permitir a las entidades privadas sobrevivir a costa de los contribuyentes, cargando sobre ellos los errores o desmanes del capitalismo.
Por otra parte, me parece razonable garantizar hasta un nivel sensato los depósitos bancarios a fin de evitar que sea la inmensa mayoría de la población la que sufra desde un primer momento los estragos de la crisis. Un tema a pensar y discutir teniendo en cuenta las peculiaridades de cada país.
Para terminar, como es lógico y venimos sosteniendo en este foro, la recuperación de la soberanía económica y monetaria de los países es imprescindible para afrontar acontecimientos de gran complejidad, extensión y profundidad que están por ocurrir. Relacionamos así, el desastre de la Europa de Maastricht con la crisis financiera en ciernes y aportamos una razón más sobre la necesidad de desmantelar la unión monetaria.
Pedro Montes
Economista
Colectivo Prometeo
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