Escribo todo esto porque observo con preocupación que la llamada nueva izquierda vuelve a caer en la trampa de la pérdida de fraternidad y porque dentro de las batallas actuales suenan nombres curtidos en las viejas guerras.
La belleza de la vida está siempre a mano. Por debajo de la crueldad y de la barbarie, no resulta difícil encontrar refugios de luz en la vida privada. Una canción, una película, un libro, la mirada conmovida por un cuadro, los paseos por la montaña o por las ciudades, las horas compartidas en amistad, la vocación satisfecha y el amor son buenos motivos para justificar la existencia. Y suponen también una forma de compromiso porque una de las mejores lecciones que me ha enseñado la vida es que la dignificación del mundo privado es imprescindible para resistir los huracanes que afectan a las ilusiones públicas.
Pero en el arte de sobrevivir no están de más otro tipo de estrategias. Hay dos que me parecen imprescindibles como equipajes defensivos en las organizaciones y en las aventuras colectivas: la templanza y la fraternidad.
Hablo de estrategias defensivas porque el pensamiento reaccionario cuenta hoy con una batería de combate en plena agitación. Merece la pena tenerlo en cuenta. Se hace referencia de forma asidua a las licenciadas en filología que trabajan de camareras o a los historiadores del arte que se ganan la vida como dependientes en unos grandes almacenes. Lo más peligroso de este intercambio laboral es el fenómeno mediático que ha convertido a los tradicionales bufones de corte en periodistas. Bufones en el sentido de payasos y de cortesanos. Intentar ponérselo difícil a los nuevos bufones del poder es prioritario para la izquierda en el arte de sobrevivir.
La palabra radical es atractiva si atendemos a su etimología. Está bien llegar a la raíz de las cosas. El problema es que los valores etimológicos se borran con rapidez en el espectáculo de las ideologías y ocupan su lugar los mecanismos que el poder utiliza para definir sus dominios preferidos. Una de las dinámicas más peligrosas que se están generando en España es la de convertir en radical todo aquello que no se somete a la mentalidad neoliberal de un capitalismo sin poder ni regulaciones. La España más radical contra el sentido común es la que representan Rajoy y el Banco de Santander, aunque no se quedan atrás los socialistas empeñados en favorecer un nuevo Gobierno del PP.
Ya he escrito en esta columna que nuestras concepciones del tiempo adquieren con facilidad dimensiones políticas. De ahí los desplazamientos culturales. Hace unos años se caracterizó como anticuados a todo los que intentaban defender unos valores propios de la izquierda democrática del siglo XX. Eran viejos nostálgicos, gente trasnochada, personas incapaces de comprender la perpetua juventud del mundo. Una vez borrados a esos viejos, ahora se trata de convertir en radicales a los jóvenes que han heredado los valores de la democracia social y la solidaridad económica. Y creo que harían bien en negarse a ser caricaturizados como radicales por los que están mintiendo, robando y explotando de forma desmesurada. Mantener la templanza es una estrategia no colaboracionista cuando el enemigo busca demonios con los que santificar sus dogmas. Pongo un ejemplo que me queda cerca: las personas que escriben y trabajan en infoLibre no me parecen radicales, sino honestas y justas.
La otra estrategia imprescindible es la fraternidad. Pongo también otro ejemplo que me queda cerca: Izquierda Unida. Su proceso de deterioro empezó con la pérdida de la fraternidad, cuando un grupo de dirigentes se obsesionaron en controlar en su favor la organización. Los que entendieron que Izquierda Unida no podía ser más que una máscara electoral de un sector del PCE se abandonaron a una dinámica de calumnias, expulsiones, desfederaciones y guerrillas mezquinas que no sólo llenaron de humo la vida interna, sino que cortaron los puentes que necesita una organización para salir a la calle. Todo fue jaleo de despachos, murmuración zafia… y se convirtió en costumbre hasta no votar al propio partido en unas elecciones para perjudicar al compañero-enemigo.
Escribo todo esto porque observo con preocupación que la llamada nueva izquierda vuelve a caer en la trampa de la pérdida de fraternidad y porque dentro de las batallas actuales suenan nombres curtidos en las viejas guerras.
Los que llaman la atención queriendo ser muy radicales y, sobre todo, los que no consiguen vivir en paz dentro de una organización suelen ser gentes con una vida privada más bien pobre, incapaces de disfrutar de la amistad o de los paseos por la ciudad, enemistados con la música propia y con la belleza, sin una vocación o un trabajo al margen de la política.
Pero en el arte de sobrevivir no están de más otro tipo de estrategias. Hay dos que me parecen imprescindibles como equipajes defensivos en las organizaciones y en las aventuras colectivas: la templanza y la fraternidad.
Hablo de estrategias defensivas porque el pensamiento reaccionario cuenta hoy con una batería de combate en plena agitación. Merece la pena tenerlo en cuenta. Se hace referencia de forma asidua a las licenciadas en filología que trabajan de camareras o a los historiadores del arte que se ganan la vida como dependientes en unos grandes almacenes. Lo más peligroso de este intercambio laboral es el fenómeno mediático que ha convertido a los tradicionales bufones de corte en periodistas. Bufones en el sentido de payasos y de cortesanos. Intentar ponérselo difícil a los nuevos bufones del poder es prioritario para la izquierda en el arte de sobrevivir.
La palabra radical es atractiva si atendemos a su etimología. Está bien llegar a la raíz de las cosas. El problema es que los valores etimológicos se borran con rapidez en el espectáculo de las ideologías y ocupan su lugar los mecanismos que el poder utiliza para definir sus dominios preferidos. Una de las dinámicas más peligrosas que se están generando en España es la de convertir en radical todo aquello que no se somete a la mentalidad neoliberal de un capitalismo sin poder ni regulaciones. La España más radical contra el sentido común es la que representan Rajoy y el Banco de Santander, aunque no se quedan atrás los socialistas empeñados en favorecer un nuevo Gobierno del PP.
Ya he escrito en esta columna que nuestras concepciones del tiempo adquieren con facilidad dimensiones políticas. De ahí los desplazamientos culturales. Hace unos años se caracterizó como anticuados a todo los que intentaban defender unos valores propios de la izquierda democrática del siglo XX. Eran viejos nostálgicos, gente trasnochada, personas incapaces de comprender la perpetua juventud del mundo. Una vez borrados a esos viejos, ahora se trata de convertir en radicales a los jóvenes que han heredado los valores de la democracia social y la solidaridad económica. Y creo que harían bien en negarse a ser caricaturizados como radicales por los que están mintiendo, robando y explotando de forma desmesurada. Mantener la templanza es una estrategia no colaboracionista cuando el enemigo busca demonios con los que santificar sus dogmas. Pongo un ejemplo que me queda cerca: las personas que escriben y trabajan en infoLibre no me parecen radicales, sino honestas y justas.
La otra estrategia imprescindible es la fraternidad. Pongo también otro ejemplo que me queda cerca: Izquierda Unida. Su proceso de deterioro empezó con la pérdida de la fraternidad, cuando un grupo de dirigentes se obsesionaron en controlar en su favor la organización. Los que entendieron que Izquierda Unida no podía ser más que una máscara electoral de un sector del PCE se abandonaron a una dinámica de calumnias, expulsiones, desfederaciones y guerrillas mezquinas que no sólo llenaron de humo la vida interna, sino que cortaron los puentes que necesita una organización para salir a la calle. Todo fue jaleo de despachos, murmuración zafia… y se convirtió en costumbre hasta no votar al propio partido en unas elecciones para perjudicar al compañero-enemigo.
Escribo todo esto porque observo con preocupación que la llamada nueva izquierda vuelve a caer en la trampa de la pérdida de fraternidad y porque dentro de las batallas actuales suenan nombres curtidos en las viejas guerras.
Los que llaman la atención queriendo ser muy radicales y, sobre todo, los que no consiguen vivir en paz dentro de una organización suelen ser gentes con una vida privada más bien pobre, incapaces de disfrutar de la amistad o de los paseos por la ciudad, enemistados con la música propia y con la belleza, sin una vocación o un trabajo al margen de la política.
* Crónica agradece al autor su generosa decisión, desde casi nuestros inicios, de compartir sus artículos de opinión con nuestros lectores.
Publicado primero en Infolibre
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