El escritor Mario Vargas Llosa tiene como una de sus prioridades la meditación sobre la libertad. No creo que carezca de sentido que su última novela, Cinco esquinas (Alfaguara, 2016), aborde esta reflexión desde una perspectiva sexualizada. La historia empieza con la sorpresa erótica de dos amigas que descubren su deseo en una noche cómplice. Compartiendo cama sin malas intenciones, Marisa le pone de pronto la mano en el muslo a Chabela y Chabela le coloca esa mano en la entrepierna. Después llegan con mutua felicidad los besos, los cuellos, los giros del cuerpo, los pechos, los vientres y el trajinar de los sexos en los dedos y en las bocas. Una buena noche desde luego.
El sexo es libertad y afirmación de vida. Volvemos a entender uno de los ejes fundamentales de esta novela cuando Luciano cuenta que su abuelo, un señorón muy blanco y muy latifundista, se casó con una china chola. Marisa ofrece las razones de este acto de libertad: "La explicación es el amor… Cuál va a ser, pues. El señorón se enamoró de la chinita y sanseacabó. ¿No dicen que las orientales son unas fieras en la cama?".
El proceso de sexualización de la libertad se completa cuando el debate sobre la prensa es fijado por el argumento en las publicaciones del corazón. Las revistas que cuentan historias de amor y cenas en ciudades de ensueño se convierten en un peligro cuando, en vez de dedicarse a los sonrientes enlaces y las exclusivas bien pagadas, se atreven a derivar hacia los territorios del chismorreo duro, los adulterios, las orgías y el chantaje. ¿Dónde están los límites de la libertad de expresión?
Un escritor tiene el derecho y la obligación ética de responder a su conciencia. También tiene la responsabilidad de argumentar con solvencia intelectual sus ideas. No es extraño que Vargas Llosa sea un pensador reaccionario. Ha habido grandes escritores y filósofos reaccionarios. Lo que extraña es la falta de rigor con la que plantea en los últimos años sus meditaciones sobre la libertad. Lo de la prensa rosa es un ejemplo más.
Cuando el llamado periodismo serio pasa por unos momentos de crisis profunda, cuando las grandes cabeceras del mundo están en manos de los bancos y los fondos de inversión, cuando el poder del dinero está liquidando la veracidad de las informaciones, la dignidad del oficio y el periodismo independiente, plantear la cuestión desde el punto de vista de la prensa del chismorreo es una estrategia con muy poca consistencia. A no ser, claro, que se quiera utilizar la sexualidad como una metáfora del neoliberalismo económico. Es la sexualización de la libertad.
Pero entonces conviene tener en cuenta algunas cosas. La cama es un lugar compartido y el deseo libre sólo es legítimo si se respeta la libertad del otro. Frente a la hipocresía social, la novela de Vargas Llosa va desvelando que todos somos seres sexuales y tenemos nuestros secretos. Los maridos de Marisa y Chabela acaban entrando en el juego. No aceptarlo es una mentira. ¿Pero dónde están los límites del cuerpo? Desde luego no en ninguna consigna de carácter represivo, pero sí en los valores éticos que son necesarios para fundar una cama alegre. El derecho a la violación o al abuso de menores, el gusto sin límites por la explotación de los débiles o la mercantilización de los cuerpos suponen una forma muy peligrosa y mezquina de entender la libertad.
La libertad del neoliberalismo salvaje, ya que estamos en terrenos sexualizados, tiene mucho de violación. Justifica el deseo sin límites del más fuerte, otorga el poder al individualismo más egoísta y se olvida de que la libertad democrática no sólo surgió como respeto a las energías personales, sino también como deseo de regular marcos justos de convivencia. Para que Marisa y Chabela pasen una buena noche hace falta que las dos quieran disfrutar de su abrazo. El abuso de una de ellas no puede ser entendido como libertad. La fidelidad, el engaño de pareja, los cuernos, las separaciones, dependen desde luego de cada voluntad, son un asunto propio. Pero las violaciones son una cuestión de convivencia y exigen una regulación pública.
La inteligencia de Vargas Llosa se resiente en su deriva neoliberal. En su libro La civilización del espectáculo (2012) hizo un análisis interesante de la lógica cultural que provoca una confusión absoluta entre valor y precio. Sus efectos en la literatura, el arte, la comunicación, la prensa rosa o la prensa seria, las costumbres y la política son muy negativas. El problema llega cuando Vargas Llosa se enfrenta a una realidad contradictoria para él: el causante es el mercado o la libertad entendida desde un absolutismo mercantilista. Llegados a este punto intenta desviar la culpa hacia la desaparición de las élites y la labor de los críticos. Pero lo hace con poco rigor. No creo que se refiera a las élites económicas, porque esas están cada vez más consolidadas y más cerca de él. Las otras élites, las culturales, además de suponer un concepto problemático, han sido sustituidas por las grandes audiencias de la telebasura a causa de las estrategias del mercado. Así que su argumentación es un túnel sin salida.
La sexualización del concepto de libertad que propone Vargas Llosa en Cinco esquinas es poco consistente. Más que del escritor que fue, progresista o conservador, es propia del personaje que se ha rodeado de la gente de Hola y de los grandes figurones del neoliberalismo para celebrar su 80 cumpleaños. Una tristeza.
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