Estamos asistiendo a la decidida voluntad de derrocar con ensañamiento a un país europeo, Grecia –o con más propiedad a su gobierno inconveniente a intereses económicos muy precisos–, sin que la ciudadanía afectada parezca ser consciente de a qué se enfrenta. Ocurre en nuestro nombre, ante nuestros ojos y a plena luz del día.
Dentro de 20 años, los hipócritas habituales llorarán sus lágrimas de cocodrilo por Grecia como hoy lo hacen por Srebrenica, o por cada atropello que históricamente propiciaron o no quisieron evitar. La Comunidad Internacional posee una habilidad pasmosa para inhibirse de asuntos cruciales. Lo asombroso es que ciudadanos decentes presencien la ejecución de Grecia que no será inocua para ninguno. La UE puede saltar en pedazos por esa obcecación alemana –secundada en realidad por todos sus colegas– de hacer ostentación de su poder indiscutido. Lo dicen hasta personas de la talla del Nobel Paul Krugman: el proyecto europeo está prácticamente muerto. Añadamos que Europa está volviendo a permitir que anide y crezca la ultraderecha en su seno –para eso el mando no plantea problemas–. El Reino Unido planea hacer vida por su cuenta.
No bastaba con aniquilar a Grecia, además había que humillarla porque había osado consultar a sus ciudadanos las leoninas medidas que el Eurogrupo le planteaba. Esa crueldad, esa irracionalidad, augura muy malos tiempos para Europa. A Grecia sola, ese diminuto 2% del PIB europeo, quizás la hubieran perdonado en su día tras darle su cuota de ostensible humillación, pero es la punta de lanza del malestar social que la codicia desbocada ha creado. Del colapso social en realidad, que brota en distintos puntos de los pueblos más castigados. España, "demasiado grande para caer" en cabeza. Hay que sacrificar a Grecia, ya lo dijeron, para salvar a España. O al PP. Al proyecto que representa y se ve quieren defender por encima de todo.
Una Unión Europea dispuesta a echar o asfixiar más aún a un país porque sus gobernantes actuales no querían secundar los planes de negocio que encontraron tan buen eco en sus predecesores. No importa la tragedia humana causada por la que claman personas y medios con un mínimo de ética. Ni el saber, como ya sabe quien quiera enterarse, que la mayor parte de lo que llaman rescate va a los bancos -especialmente los extranjeros-, y que han sido los grandes emporios financieros los que han llevado esta presunta negociación que, lejos de ceder, apretó las clavijas en son de tiranía. Varufakis aclaba este lunes en su blog que Grecia no tenía ninguna posibilidad, que se lo dijo el propio Shäble, el ministro alemán de finanzas.
Lo esencial es el castigo encarnizado, la venganza. Nadie tose al dinero que hoy acaudilla la eterna Alemania y sus lugartenientes varios. Las deudas no se perdonan –como sí se hizo con la propia Alemania tras la segunda guerra que desencadenó y perdió–. Ni se aplazan si ponen en peligro la ortodoxia neoliberal o, simplemente, el lucro bien dirigido. Podría estudiarse si de una vez se aparta a Tsipras de un puntapié y se pone a un tecnócrata o político fiel.
Y allí han ido a darle a Tsipras las dos tazas que reclama la prepotencia alemana, por no haber querida una. Todos. Con Hollande, el presidente francés, de poli bueno para convencer al griego, que viene a demostrar en qué ha quedado la socialdemocracia europea. Y los medios y comentaristas que pretenden justificar el atropello de suprimirle a un país miembro de la UE su soberanía y poner en vente todos sus activos, aumentar la precariedad de los ciudadanos, por haber querido paliar la crisis humanitaria que gobiernos anteriores causaron. Es más importante que los acreedores, los bancos, cobren a pesar de los privilegios que les otorgan los gobiernos en un juego de manifiesto desequilibrio. No todos los medios, algunos de los más importantes periódicos de Europa se muestran alarmados de la dureza empleada, de la sinrazón. Grecia podía pagar negociando el aplazamiento de la deuda y utilizando la pausa para crecer, pero eso no se quería en absoluto. Esta crisis ha servido para aclarar muchos papeles y saber de qué lado está cada uno. Los gobernantes europeos todos con la intransigencia alemana. Sin discutirle la inquina utilizada.
Vivimos en un colapso social y democrático. Con sus consiguientes oportunidades de cambio pero habrá que ganarlas cada vez con más esfuerzo. No más llantos ni justificaciones hipócritas. Con esta UE que secunda la locura que estamos presenciando, no se puede contar. Y parece que esta vez no vendrán los aliados a liberarnos. Hoy tienen a Grecia caminando por el tablón hacia el agua, a punta de espada y con las manos atadas, pero detrás vamos unos cuantos más. La democracia es un bote pinchado de difícil pronóstico. Aún quedan millones de ciudadanos para remar. Hablamos de supervivencia.
A Grecia sola, ese diminuto 2% del PIB europeo, quizás la hubieran perdonado en su día tras darle su cuota de ostensible humillación, pero es la punta de lanza del malestar social que la codicia desbocada ha creado. Del colapso social en realidad, que brota en distintos puntos de los pueblos más castigados. España, "demasiado grande para caer" en cabeza. Hay que sacrificar a Grecia, ya lo dijeron, para salvar a España. O al PP. Al proyecto que representa y se ve quieren defender por encima de todo.
* Rosa Maria Artal es periodista y escritora, autora de lbiros como 'Salmones contra Percebes', suele manifestar su opinión en su blog ElPeriscopio
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