El Día Mundial de Lucha contra la Desertificación se celebra el 17 de junio en todo el mundo. En esta ocasión, se centra en “lograr la seguridad alimentaria para todos a través de sistemas alimentarios sostenibles”.
Cuando unos 805 millones de personas en el mundo no tuvieron acceso a los nutrientes necesarios entre 2012 y 2014 -según el informe sobre el Estado de la Inseguridad Alimentaria de 2014-, cuando el hambre mata a un mayor número de personas que cualquier otra desgracia, es imprescindible la lucha radical contra la pobreza extrema y el hambre. Y más desde sociedades como la nuestra en la que el despilfarro y el derroche son habituales.
La lucha contra el hambre requiere invertir en suelos sanos, la gestión de los desastres naturales y conocer la cantidad de nutrientes que consume la población. Más del 99,7% de los alimentos proceden del suelo y por el aumento de la población global y las tensiones por la titularidad y uso de las tierras, y del agua, va disminuyendo la proporción de suelo destinada al cultivo de alimentos: urge recuperar tierras degradadas para garantizar la seguridad alimentaria.
Pero, también, es imprescindible un cambio en el uso de la tierra, apostando por una agricultura más sostenible y que se adapte al cambio climático, un mayor equilibrio entre las finalidades ecologistas y el consumo de alimentos y un aumento de las acciones encaminadas a visibilizar las consecuencias de la desertificación.
Los efectos de la desertificación sobre la paz, la seguridad y la estabilidad son invisibles pero, sin embargo, una realidad para los países con escasez de agua y de comida: a nadie extraña que sus habitantes se vean obligados a emigrar como consecuencia de este problema.
En el Día Mundial de Lucha contra la Desertificación, no podemos dejar de manifestar, también, nuestra preocupación por las agresiones indiscriminadas contra la tierra por parte de las empresas petrolíferas que promueven el uso de los combustibles fósiles con medios extractivos tan perniciosos como el fracking.
La agenda de desarrollo para después de 2015, que tiene el objetivo de “no dejar a nadie atrás”, quiere acabar con la degradación de la tierra y, con ello, con la pobreza y el hambre mundiales.
Frenar los combustibles fósiles y apostar por la energías renovables es una de las formas de luchar contra el cambio climático y combatir la desertificación, la sequía y el hambre…
Cuando unos 805 millones de personas en el mundo no tuvieron acceso a los nutrientes necesarios entre 2012 y 2014 -según el informe sobre el Estado de la Inseguridad Alimentaria de 2014-, cuando el hambre mata a un mayor número de personas que cualquier otra desgracia, es imprescindible la lucha radical contra la pobreza extrema y el hambre. Y más desde sociedades como la nuestra en la que el despilfarro y el derroche son habituales.
La lucha contra el hambre requiere invertir en suelos sanos, la gestión de los desastres naturales y conocer la cantidad de nutrientes que consume la población. Más del 99,7% de los alimentos proceden del suelo y por el aumento de la población global y las tensiones por la titularidad y uso de las tierras, y del agua, va disminuyendo la proporción de suelo destinada al cultivo de alimentos: urge recuperar tierras degradadas para garantizar la seguridad alimentaria.
Pero, también, es imprescindible un cambio en el uso de la tierra, apostando por una agricultura más sostenible y que se adapte al cambio climático, un mayor equilibrio entre las finalidades ecologistas y el consumo de alimentos y un aumento de las acciones encaminadas a visibilizar las consecuencias de la desertificación.
Los efectos de la desertificación sobre la paz, la seguridad y la estabilidad son invisibles pero, sin embargo, una realidad para los países con escasez de agua y de comida: a nadie extraña que sus habitantes se vean obligados a emigrar como consecuencia de este problema.
En el Día Mundial de Lucha contra la Desertificación, no podemos dejar de manifestar, también, nuestra preocupación por las agresiones indiscriminadas contra la tierra por parte de las empresas petrolíferas que promueven el uso de los combustibles fósiles con medios extractivos tan perniciosos como el fracking.
La agenda de desarrollo para después de 2015, que tiene el objetivo de “no dejar a nadie atrás”, quiere acabar con la degradación de la tierra y, con ello, con la pobreza y el hambre mundiales.
Frenar los combustibles fósiles y apostar por la energías renovables es una de las formas de luchar contra el cambio climático y combatir la desertificación, la sequía y el hambre…
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