Ha bastado que un partido, en este caso de nuevo cuño, denunciase los problemas de España desde una dialéctica también nueva, con planteamientos novedosos tanto en la forma como en el fondo, para que una gran parte del aparato mediático-económico-político que conforma el estatus quo del sistema capitalista neoconservador actual, se ponga en marcha como un perro sabueso en persecución de su presa. Quien, como este comentarista, ha expresado reiteradamente su defensa de la Constitución de 1978 y del sistema democrático por ella amparado, más allá de cuestiones obsoletas como la monarquía, no puede sino exponer la preocupación que le suscitan tales reacciones tempestuosas, al margen de cualquier crítica mínimamente razonable.
Aquí ya no se argumenta cuando se trata de criticar a una formación política como Podemos, por ejemplo, que ha revuelto el gallinero político. Quizás porque se teme que pudiera nuclear al conjunto de las fuerzas progresistas del país en un futuro más o menos inmediato. Ante esta sola posibilidad, se insulta, se acusa sin pruebas, descaradamente: véase al ministro Montoro en su papel estelar de pseudo fiscal del Gobierno. Se falta el respeto más elemental a quienes no han hecho otra cosa que denunciar las innumerables tropelías que se han cometido en los últimos gobiernos del PSOE y del PP. La estulticia más absoluta ha emergido del fondo de este ámbito de intolerancia hacia la opinión del contrario, impropio de un Estado social y democrático de derecho avanzado, como se pretende ser. Lo que debería ser un debate político profundo sobre los múltiples problemas que afectan a nuestro país, lo convierten en un absurdo circo romano, donde se desprecia a quien, al menos, intente acercarse a la búsqueda de alguna propuesta alternativa posible para solucionar tales males. Solo interesa la muerte política del vencido, sin más, por repelente que parezca. Instituciones públicas como cl CIS, que pagamos todos, se dedican a averiguar quién ha ganado el debate, como si de un combate de boxeo se tratara. A ver quién ha dado el golpe más bajo al adversario, sin pararse en barras ni consideración alguna para sí mismo ni para los demás. Todo vale, parecen decir los voceros que sin remilgos se lanzan a la mentira sistemática y a la imputación de actuaciones denigratorias contra quienes les contradicen en sus, al parecer, intocables planteamientos políticos y económicos, aunque éstos hayan supuesto la depauperación objetiva de la gran mayoría de la gente que solo vive de su trabajo.
Y lo peor es que algunos de los que tan despreciable comportamiento practican, dicen defender los derechos constitucionales que nos hemos dado, lo que resulta un demasié, dicho en argot cheli para aligerar el calificativo que nos merece tal actitud. Quien fomenta esta deriva tiene en nula consideración a la democracia, que es tolerancia, respeto, crítica razonada. Lo demás, es intolerancia y desvergüenza, que debe merecer el rechazo más absoluto de la ciudadanía.
Aquí ya no se argumenta cuando se trata de criticar a una formación política como Podemos, por ejemplo, que ha revuelto el gallinero político. Quizás porque se teme que pudiera nuclear al conjunto de las fuerzas progresistas del país en un futuro más o menos inmediato. Ante esta sola posibilidad, se insulta, se acusa sin pruebas, descaradamente: véase al ministro Montoro en su papel estelar de pseudo fiscal del Gobierno. Se falta el respeto más elemental a quienes no han hecho otra cosa que denunciar las innumerables tropelías que se han cometido en los últimos gobiernos del PSOE y del PP. La estulticia más absoluta ha emergido del fondo de este ámbito de intolerancia hacia la opinión del contrario, impropio de un Estado social y democrático de derecho avanzado, como se pretende ser. Lo que debería ser un debate político profundo sobre los múltiples problemas que afectan a nuestro país, lo convierten en un absurdo circo romano, donde se desprecia a quien, al menos, intente acercarse a la búsqueda de alguna propuesta alternativa posible para solucionar tales males. Solo interesa la muerte política del vencido, sin más, por repelente que parezca. Instituciones públicas como cl CIS, que pagamos todos, se dedican a averiguar quién ha ganado el debate, como si de un combate de boxeo se tratara. A ver quién ha dado el golpe más bajo al adversario, sin pararse en barras ni consideración alguna para sí mismo ni para los demás. Todo vale, parecen decir los voceros que sin remilgos se lanzan a la mentira sistemática y a la imputación de actuaciones denigratorias contra quienes les contradicen en sus, al parecer, intocables planteamientos políticos y económicos, aunque éstos hayan supuesto la depauperación objetiva de la gran mayoría de la gente que solo vive de su trabajo.
Y lo peor es que algunos de los que tan despreciable comportamiento practican, dicen defender los derechos constitucionales que nos hemos dado, lo que resulta un demasié, dicho en argot cheli para aligerar el calificativo que nos merece tal actitud. Quien fomenta esta deriva tiene en nula consideración a la democracia, que es tolerancia, respeto, crítica razonada. Lo demás, es intolerancia y desvergüenza, que debe merecer el rechazo más absoluto de la ciudadanía.
Jesús León es abogado y exdiputado provincial de Esquerra Unida
* Crónica agradece al autor que comparta sus opiniones con nuestros lectores
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