Decía Cecil B. DeMille que una buena película tenía que empezar con un terremoto y desde ahí ir incrementando la tensión. Si Madrid fuera una película sería la favorita de Cecil B. DeMille. Este Madrid que linda con lo mafioso empieza en 2003 con el terremoto del tamayazo. Pero desde entonces las emociones fuertes no han parado de crecer. El saqueo de Cajamadrid, el espionaje, la gestapito (¿alguien sabe qué fue de Manuel Cobo?), el ático de Marbella, las candidaturas olímpicas, las torres de Florentino, los tramos de la M-30 por los que los constructores pagaron al PP y que terminarán de pagar nuestros hijos a esos constructores o a sus hijos, las tarjetas black, la Gürtel, Púnica, los volquetes de putas, la fuga de Esperanza Aguirre por la Gran Vía, las bolsas blancas de Ignacio González en Colombia, la cárcel para Francisco Granados, los 144.000 euros que Gallardón pagó a Urdangarin por “perfilar el lema de Madrid 2016”, el “Esperanza es cojonuda” de Díaz-Ferrán, la entrada en prisión de Díaz-Ferrán, el dinero negro de los sueldos de Arturo, la apropiación de Telemadrid y el reparto de licencias televisivas a medios de extrema derecha, Cerezo, Sheldon Adelson, Florentino Pérez, Villar Mir, Blesa, sus correos, Rodrigo Rato, el ERE ilegal de Telemadrid, el pequeño Nicolás, el albondiguilla, el bigotes, la ex presidenta denunciando que la policía le acusa con mentira, prepotencia y machismo por hacerse la foto, el presidente denunciando que la policía le chantajea…
Eso sólo si nos ceñimos a los actores protagonistas. Si buscamos en los actores de reparto, tenemos desde el periodismo de pesebre y bronca en el Tony 2 a cómplices de muchas de esas tramas que se hacen pasar por oponentes. Una delicia. Un guión que no permite retirar la mirada ni para coger palomitas.
Cecil B. DeMille se lo pasaría pipa con Madrid. Reconozcámoslo. Todos nos lo pasaríamos pipa con Madrid… si Madrid fuera una película.
Pero no lo es. Mientras asistíamos a las tramas más divertidas de este inmenso guión de acción intentaban privatizar el agua, la sanidad, la educación y la información, destrozaban el territorio madrileño a golpe de ladrillazo y de carreteras ilegales, se cargaban nuestros barrios haciendo de Madrid la región con mayor concentración de grandes superficies de Europa, entregaban a sectas la educación, permitían el deterioro del transporte público mientras subían su precio. Madrid es la comunidad en la que se hicieron autopistas de peaje en paralelo a autovías de uso gratis y ahora nos piden que las rescatemos para que los constructores paguen sus deudas con los banqueros. Madrid es la comunidad que más ha aportado a la ruina del país pues el saqueo de Cajamadrid se ha llevado la mayor porción del rescate bancario que pagaremos durante décadas.
Madrid, la película, sería fascinante. Madrid, la Comunidad que ha gestionado esa mafia (no podemos ser menos críticos que la propia Esperanza Aguirre, protagonista indiscutible del espectáculo), ha generado mucho sufrimiento, pobreza, malestar…
Mayo de 2015 tiene que ser el final de la película. Reconocerán los espectadores más exigentes que no podemos seguir yendo para arriba. La creatividad está tan agotada que los guionistas de los estudios centrales de Génova se plantean hasta resucitar a la protagonista, esa cuyo personaje hizo como que se retiraba de la trama principal. La película no tiene más recorrido. El castigo del pueblo madrileño no puede tener prórroga: tras parar en la calle las privatizaciones de la sanidad, del agua… toca poner fin a la parte terrorífica del guión en las urnas.
Todos sabemos (sí, todos lo sabemos) que la forma de echar a la mafia es impulsar procesos unitarios de los actores (partidos, organizaciones, tejido, mareas, activistas) que quieren romper sin complicidad alguna con ese Madrid turbio y caciquil: no sólo por razones numéricas sino sobre todo por lanzar un mensaje a la ciudadanía claro: estamos a la altura de las exigencias históricas de nuestro pueblo. Pese a ello, el camino de la unidad popular no es nada sencillo porque demasiadas veces se antepone lo secundario a lo principal, a poner fin a este saqueo. Madrid, la gente de Madrid, no merece ser víctima de tacticismos, ni siquiera de tacticismos confesables o hasta razonables. Dijimos que iríamos hasta el final e iremos hasta el final.
Esta película, entretenida muchas veces pero terrorífica siempre, se acabó. Ya es hora de que ganemos los buenos.
Eso sólo si nos ceñimos a los actores protagonistas. Si buscamos en los actores de reparto, tenemos desde el periodismo de pesebre y bronca en el Tony 2 a cómplices de muchas de esas tramas que se hacen pasar por oponentes. Una delicia. Un guión que no permite retirar la mirada ni para coger palomitas.
Cecil B. DeMille se lo pasaría pipa con Madrid. Reconozcámoslo. Todos nos lo pasaríamos pipa con Madrid… si Madrid fuera una película.
Pero no lo es. Mientras asistíamos a las tramas más divertidas de este inmenso guión de acción intentaban privatizar el agua, la sanidad, la educación y la información, destrozaban el territorio madrileño a golpe de ladrillazo y de carreteras ilegales, se cargaban nuestros barrios haciendo de Madrid la región con mayor concentración de grandes superficies de Europa, entregaban a sectas la educación, permitían el deterioro del transporte público mientras subían su precio. Madrid es la comunidad en la que se hicieron autopistas de peaje en paralelo a autovías de uso gratis y ahora nos piden que las rescatemos para que los constructores paguen sus deudas con los banqueros. Madrid es la comunidad que más ha aportado a la ruina del país pues el saqueo de Cajamadrid se ha llevado la mayor porción del rescate bancario que pagaremos durante décadas.
Madrid, la película, sería fascinante. Madrid, la Comunidad que ha gestionado esa mafia (no podemos ser menos críticos que la propia Esperanza Aguirre, protagonista indiscutible del espectáculo), ha generado mucho sufrimiento, pobreza, malestar…
Mayo de 2015 tiene que ser el final de la película. Reconocerán los espectadores más exigentes que no podemos seguir yendo para arriba. La creatividad está tan agotada que los guionistas de los estudios centrales de Génova se plantean hasta resucitar a la protagonista, esa cuyo personaje hizo como que se retiraba de la trama principal. La película no tiene más recorrido. El castigo del pueblo madrileño no puede tener prórroga: tras parar en la calle las privatizaciones de la sanidad, del agua… toca poner fin a la parte terrorífica del guión en las urnas.
Todos sabemos (sí, todos lo sabemos) que la forma de echar a la mafia es impulsar procesos unitarios de los actores (partidos, organizaciones, tejido, mareas, activistas) que quieren romper sin complicidad alguna con ese Madrid turbio y caciquil: no sólo por razones numéricas sino sobre todo por lanzar un mensaje a la ciudadanía claro: estamos a la altura de las exigencias históricas de nuestro pueblo. Pese a ello, el camino de la unidad popular no es nada sencillo porque demasiadas veces se antepone lo secundario a lo principal, a poner fin a este saqueo. Madrid, la gente de Madrid, no merece ser víctima de tacticismos, ni siquiera de tacticismos confesables o hasta razonables. Dijimos que iríamos hasta el final e iremos hasta el final.
Esta película, entretenida muchas veces pero terrorífica siempre, se acabó. Ya es hora de que ganemos los buenos.
(*) Hugo Martínez Abarca es autor del blog Quien mucho abarca.
* Crónica agradece al autor poder compartir con nuestros lectores sus opiniones.
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