Conmemoramos el Día de la Mujer Trabajadora con algunas vergonzosas perlas de la actualidad informativa reciente. Perlas como las de su collar sobre el vestido rojo y el bolso de Vuitton: Rita Barberá, ese ejemplo de emancipación femenina. Tocada con peineta y mantilla cuando acude al Corpus Christi y trastocada en la Crida, sobre las Torres de Serranos, para destrozar el valenciano. Toda una muestra de la independencia y capacitación profesional de que hacen gala las máximas representantes femeninas en las instituciones. También esa otra pepera, Celia Villalobos, la presidenta del Congreso de los Diputados que fue pillada in fraganti jugando al Candy Crush durante el Debate sobre el Estado de la Nación... Eso es, chicas, dejando el listón femenino bien alto.
En realidad, nada de esto me sorprende. Siempre lo escuché en casa por boca de mi madre y ahora, como mujer adulta, lo compruebo en toda su crudeza: “No hay peor enemigo de la mujer que la propia mujer”. Y es cierto: la esfera pública está trufada de estas falsas monedas libertarias, de estas ‘señoras de’ disfrazadas de Juana de Arco y oportunamente aupadas al escaparate del Patriarcado (que jamás se fue, aunque hoy lo vistan de Cosmopolitan) para que parezca otra cosa, pues a la postre cumplen con el dictado machista.
El dictado de trabajar fuera de casa pero sin desatender las tareas domésticas principales. El dictado de labrar una carrera profesional larga, llena de obstáculos, pero supeditada en la práctica a no perder el tren de la maternidad. El dictado de tener que ser fuerte —más fuerte incluso que ellos— pero pareciendo tierna en las distancias cortas. El dictado de realizar el mismo trabajo por menos retribución que nuestros compañeros hombres. El dictado tiránico de la edad: a nosotras no nos vale con estar sanas de cuerpo y mente, tenemos que ‘seguir siendo guapas’ a partir de los 30.
Los dictados de siempre, ahora asumidos como nunca antes puesto que el bozal se lo ponen, desde arriba, las propias mujeres: las Ritas, las Celias, las Letis, esas que saben sostener la batuta “sin renunciar” a ser dirigidas por hombres. Esas que salen al ruedo masculino —al ‘caloret’ del macho ibérico— “sacrificando si es preciso” su imagen, su dignidad, su independencia real como mujeres. Y con las gallinitas ponedoras del sistema, puesto que le dan continuidad, todas las mujeres anónimas que entre románticas y resignadas desean ser una de las cincuentas sombras [apaleadas] de Grey. La autocrítica, a pie de calle, es incluso más necesaria cuando lo que está en juego es erradicar la Violencia Machista, mal llamada ‘de género’.
Como marco de fondo, una sociedad que no sólo ampara sino que fomenta este rol ambivalente y viciado de la mujer actual. En un contexto así, tan hostil, sólo vale un manual de supervivencia para la mujer del siglo XXI; cito a mi amiga Esther López Barceló, cabeza de lista de Esquerra Unida por Alicante a Les Corts y ejemplo inmenso de luchadora por las mujeres: “Debemos aprender a distinguir las pequeñas trampas machistas del día a día, a denunciar los casos concretos de sometimiento de la mujer pero sin dejar, jamás, de pensar ideológicamente. Patriarcado, Capitalismo y Tradicionalismo son algo más que palabras masculinas del diccionario: forman un continuo histórico que nos somete”.
En realidad, nada de esto me sorprende. Siempre lo escuché en casa por boca de mi madre y ahora, como mujer adulta, lo compruebo en toda su crudeza: “No hay peor enemigo de la mujer que la propia mujer”. Y es cierto: la esfera pública está trufada de estas falsas monedas libertarias, de estas ‘señoras de’ disfrazadas de Juana de Arco y oportunamente aupadas al escaparate del Patriarcado (que jamás se fue, aunque hoy lo vistan de Cosmopolitan) para que parezca otra cosa, pues a la postre cumplen con el dictado machista.
El dictado de trabajar fuera de casa pero sin desatender las tareas domésticas principales. El dictado de labrar una carrera profesional larga, llena de obstáculos, pero supeditada en la práctica a no perder el tren de la maternidad. El dictado de tener que ser fuerte —más fuerte incluso que ellos— pero pareciendo tierna en las distancias cortas. El dictado de realizar el mismo trabajo por menos retribución que nuestros compañeros hombres. El dictado tiránico de la edad: a nosotras no nos vale con estar sanas de cuerpo y mente, tenemos que ‘seguir siendo guapas’ a partir de los 30.
Los dictados de siempre, ahora asumidos como nunca antes puesto que el bozal se lo ponen, desde arriba, las propias mujeres: las Ritas, las Celias, las Letis, esas que saben sostener la batuta “sin renunciar” a ser dirigidas por hombres. Esas que salen al ruedo masculino —al ‘caloret’ del macho ibérico— “sacrificando si es preciso” su imagen, su dignidad, su independencia real como mujeres. Y con las gallinitas ponedoras del sistema, puesto que le dan continuidad, todas las mujeres anónimas que entre románticas y resignadas desean ser una de las cincuentas sombras [apaleadas] de Grey. La autocrítica, a pie de calle, es incluso más necesaria cuando lo que está en juego es erradicar la Violencia Machista, mal llamada ‘de género’.
Como marco de fondo, una sociedad que no sólo ampara sino que fomenta este rol ambivalente y viciado de la mujer actual. En un contexto así, tan hostil, sólo vale un manual de supervivencia para la mujer del siglo XXI; cito a mi amiga Esther López Barceló, cabeza de lista de Esquerra Unida por Alicante a Les Corts y ejemplo inmenso de luchadora por las mujeres: “Debemos aprender a distinguir las pequeñas trampas machistas del día a día, a denunciar los casos concretos de sometimiento de la mujer pero sin dejar, jamás, de pensar ideológicamente. Patriarcado, Capitalismo y Tradicionalismo son algo más que palabras masculinas del diccionario: forman un continuo histórico que nos somete”.
Sara Delgado (Esquerra Unida en San Antonio de Benagéber)
* Crónica agradece a la autora que comparta sus opiniones con nuestros lectores
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