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Ante la crisis, la gran familia de mi barrio. El movimiento vecinal

El movimiento vecinal despierta de su letargo y lo hace en el momento en que la ciudadanía más lo necesita. La crisis ha incrementado los problemas de marginación en barrios donde sus habitantes pensaban que ese riesgo nunca llegaría. Por suerte, la solidaridad no conoce recortes, sobre todo cuando se trata de tender la mano a quien vive al lado.
Foto: Nicdalic.
Las cifras del paro, de los desahucios, de pobreza y de desnutrición infantil son alarmantes, todo el mundo las conoce. Pero ya no podemos apartar la mirada cuando la imagen que nos muestra la realidad no está en la televisión, sino en la puerta de al lado. Porque la globalización ha unificado la pobreza del norte y la del sur. La familia, tradicional eje de contención de la pobreza, se ha visto desbordada en esa función y son los barrios los que toman el testigo. Como una "gran familia" en la que todos sus miembros se apoyan mutuamente para salir adelante. Es la idea del proyecto Entrevecinos-vecinas, que echa a andar en la Comunidad Valenciana después de distintas experiencias en otros territorios.
Entrevecinos-vecinas es una red de protección en la que se intercambian voluntades y habilidades que hacen crecer a la comunidad. La propia sociedad tiene la capacidad y los recursos para solucionar sus problemas y conseguir el empoderamiento de todos sus miembros. El presidente de la Confederación de Asociaciones de Vecinos/as de la Comunidad Valenciana (CAVE-COVA), Juan Antonio Caballero, va más allá y afirma que ese fin es una responsabilidad social que ya no cabe delegar en las administraciones. Y ahí entra en juego el movimiento vecinal, que está protagonizando una profunda reflexión sobre su papel, hasta ahora más cómodo en señalar que en actuar.
Jornada informativa en Valencia sobre el proyecto. Foto: Cavecova.
Jornada informativa en Valencia sobre el proyecto. Foto: Maribel García.
Ese debate surgió en Valencia hace 20 días. El 24 de noviembre se dieron cita en la ciudad representantes de las federaciones vecinales regionales donde, en mayor o menor medida, ya se ha puesto en marcha el programa Entrevecinos-vecinas. La experiencia más veterana lleva más de una década de acción en Cataluña. Su portavoz, el responsable de la Fundació Clariana (entidad sin ánimo de lucro nacida del movimiento vecinal) Jordi Gasull, se mostró convencido de que este cambio de rumbo es imperioso.

Del asistencialismo al cooperativismo

Aunque el primer objetivo de este proyecto es la inserción laboral, cada región ha puesto el acento en las principales necesidades de su sociedad. En la ciudad de Valencia el programa se apoya, además de en esa, en otras tres patas: asesoramiento jurídico-legal, vivienda y alimentación. De hecho, esta última es la prioridad que más terreno va ganando, y de ahí que tanto se hable de la creación de supermercados solidarios en algunos barrios o de iniciativas de donación de alimentos. Existen desde hace tiempo acciones de apoyo o de cohesión social en algunas zonas de Valencia pero ahora, por primera vez, se les dota de un marco teórico y de instrumentos para llevar a cabo una actuación global.
Pero la cooperación no es una necesidad devenida sólo de la situación económica actual. Los movimientos obreros de acción católica pusieron la semilla en los años 90, las distintas crisis (sobre todo esta última) han regado la necesidad de tejer una red de apoyo y el 15-M ha creado la temperatura necesaria para que florezca. Las asociaciones de vecinos han puesto a disposición de este movimiento su poderosa red de locales y relaciones.
Porque Entrevecinos-vecinas no es una red asistencial sino, en palabras de Gasull, "un proceso de desarrollo comunitario". Parte de un concepto horizontal y cooperativista de la solidaridad y esconde, como objetivo a largo plazo, un cambio de modelo social hacia una economía sostenible. Un elemento clave para entenderlo es el 'do ut des', el 'doy para que des' o cómo hacer que el beneficio obtenido por una persona revierta sobre el conjunto del vecindario. En Valladolid, por ejemplo, implantaron una moneda propia: el 'vecino'. Estos billetes, de distintos valores, se entregan a cada usuaria del programa según vaya cumpliendo los objetivos que les marca la trabajadora social responsable de su acompañamiento. Una vez conseguidos, en la tienda solidaria puede intercambiar los 'vecinos' por los productos que necesite. Es una manera de que cada persona se responsabilice de su propio proceso.
El cambio de modelo social conlleva cosas curiosas como la creación de una nueva nueva moneda de intercambio, el 'vecino', puesta en 'circulación' en Valladolid. Foto: Maribel García.
El cambio de modelo social conlleva cosas curiosas como la creación de una nueva nueva moneda de intercambio, el 'vecino', puesta en 'circulación' en Valladolid. Foto: Maribel García.
La idea en Valencia es que las propias personas usuarias del programa sean también voluntarias en otras áreas. Por ejemplo, alguien que ha recibido formación en la búsqueda de empleo puede prestar su tiempo en la tienda solidaria. De esta manera, es el barrio el que genera los recursos que necesitan sus habitantes y esto aporta un doble beneficio: de cohesión vecinal y de acción contra la marginalidad. Es lo que distingue este proyecto, en palabras de la responsable de coordinación, Maribel García: "aumenta el sentido de la acción social y su efecto en los beneficiarios".

Implicación pública y privada

El programa Entrevecinos-vecinas, con carácter propio del movimiento vecinal estatal, se empezó a desarrollar hace dos años. El Gobierno socialista de José Luis Rodríguez Zapatero destinó en 2010 el 0,5% de la recaudación del IRPF a proyectos de acción social. Ese año, las propuestas de las federaciones vecinales de Santander y Valladolid recibieron un total de 40.000 euros; otros tantos se repartieron en 2011 junto a Lugo y Zaragoza, a los que en 2012 se sumaron los programas de Valencia, Dos Hermanas (Sevilla) y Cartagena (Murcia). Cada vez más iniciativas, para una partida de la que no se sabe qué pasará en 2013. La Generalitat Valenciana también aportó este año 18.000 euros. El Ayuntamiento de Valencia no ha querido, hasta el momento, siquiera el proyecto.
No es ni la mitad de lo que cuesta poner en marcha el programa, se queja Caballero. Porque el reto número uno de Entrevecinos-vecinas es el "coste cero": utilizar los recursos propios de las asociaciones vecinales, tanto materiales como humanos. Y, junto a éste, implicar a las administraciones y a empresas privadas en el proceso. A las primeras, para que no escondan detrás de la crisis un afán recaudatorio y mutilador de derechos. A las segundas, para que entiendan que tienen una responsabilidad para con la sociedad en la que viven. En solo tres meses, en Cartagena se han apuntado más de 10 empresas que quieren colaborar de manera voluntaria. En Zaragoza, la cooperativa Eroski se ha implicado en una campaña de recogida de alimentos que está siendo un éxito, y su compromiso se extiende también al ámbito laboral y formativo.
Hay motivos para la esperanza. La sociedad española, defiende Caballero, es muy solidaria, como muestran las cifras de trasplantes o el peso que la ayuda exterior ha tenido en los últimos años. Pero al final, depende de cada persona que esta nueva forma de entender el barrio tenga cabida no solo en un contexto de crisis. Y la solidaridad, tal como reza el lema del proyecto, "empieza por la persona de al lado", pero no acaba en ninguna frontera.


Autora: Marina Gordillo del colectivo Nonada




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