Crónica de una participante y periodista.- Beatriz Jimenez.Me siento en un bar de la Calle O’Donnell de Madrid para
tranquilizarme y ordenar las ideas y las sensaciones. Hace 16 horas que
salí de Valencia en uno de los autobuses del 15M de Russafa pero, ahora,
la llegada al paseo del Prado por el Retiro y el encuentro con otros
grupos en Atocha me parecen muy lejanos.
Voy a intentar quedarme con el sabor dulce que nos dejó a
todos la asamblea informativa, las palabras de Carlos Taibó y de un
montón de gente desconocida. Optimistas y llenos de grandes esperanzas.
A las 5.30 salimos hacia el congreso. Llegamos a Neptuno y el grupo de
Valencia decidimos permanecer unidos pase lo que pase. Personalmente,
algunas de las recomendaciones me parecen exageradas: protegerse el
hígado si caes al suelo, teléfonos de los abogados apuntados en el
brazo, y el paso tortuga si hay cargas indiscriminadas de la policía.
Cuando veo el cordón policial que rodea el Congreso empiezo a
dudar de todo. Y pocos momentos después llega la primera carga
policial. Me pilla agachada, tuiteando, y no entiendo nada. La
gente corre aterrorizada. Pero somos muchos y estamos demasiado
apretados. Pedimos calma. Si la perdemos, nos aplastaremos unos a otros.
Cuando acaba la carga, la policía ha roto su cerco inicial y están en
la plaza. Nos sentamos y permanecemos allí hasta poco antes de las 21
horas, momento en el que el grupo de Valencia decidimos salir poco a
poco para ver qué hacemos. Yo salgo la primera. Cuando he recorrido 100
metros por el Paseo del Prado la gente empieza a correr y a empujarse. En 15 minutos todo cambia. El ruido de las pelotas de goma pone los pelos de punta y se empieza a hablar de heridos.
Los furgones de la policía nos rodean. Conseguimos reunirnos con la
gente de Valencia y ponemos en práctica la técnica del paso de tortuga
al ritmo de ‘Paquito el Chocolatero’. Que no falte el buen humor. Nos
abrazamos y caminamos muy despacio, a pesar de que la gente corre a
nuestro alrededor y las pelotas de goma silban muy cerca.
Se detienen dos furgones a nuestra altura, pero cargan contra la
gente que se ha quedado sola. Cuando conseguimos salir del cerco y
llegar hasta Atocha, todo está lleno de ambulancias y me tiemblan las
piernas. Mis amigas están bien y puedo avisar a los que están
preocupados por nosotras. Un chico no ha tenido tanta suerte. Dos
policías le han atacado sin motivos cuando estaba solo y tiene la cabeza
abierta.
Caminamos hacia la calle O’Donnell, donde nos espera el autobús que
nos llevará de vuelta a casa. Intento tomar aire. No sé si tiemblo de
miedo, de frío o de impotencia. Ésta será una noche larga y dura, muy
dura. Pero yo vuelvo a Valencia. No sé cuantos heridos hay ni qué
lectura hacen de esto los políticos y los grandes medios de
comunicación. No lo quiero saber. Ahora solamente pienso en los que
desde hoy son mis compañeros, los que esta noche deambularán por las
calles de Madrid.
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